"La identidad sólo es fértil cuando no se piensa en ella"
Microcosmos, el último libro de Claudio Magris (Trieste, 1939), se abre con dos citas. Una de Borges. Pocas veces una cita se adecua con tanta exactitud y finura al propósito de un libro, e incluso de una narrativa: "Un hombre", dice Borges en El hacedor, "se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montaña, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara". Magris, uno de los verdaderos grandes de Italia, autor del celebradísimo El Danubio, ha sido siempre un borgiano: "Hace muchos años que leí este texto. Supongo que fue haciendo su camino inconscientemente. Cuando tenía el libro muy avanzado me topé con la cita bajo los ojos. Y sí, es verdad que sirve también para una parte de mi narrativa, la que incluye El Danubio y Microcosmos". La otra cita viene firmada por un hombre menos conocido, pero permite saber, con exactitud admirable, qué encierra este libro. El señor Amedeo Grossi, arquitecto medidor y estimador, escribió en 1791: "Si bien el mundo entero nos es hoy ya conocido, por ser muchos los libros que en general la descripción de él nos ponen ante la vista, en tratándose no obstante de una sola provincia difícilmente ha de encontrarse descrita como es menester". Microcosmos es la descripción de la provincia -triestina, por supuesto-, de los hombres y los accidentes y los animales y los muebles de la provincia. De la provincia del hombre para añadirle a las intenciones de Magris una obvia referencia a su maestro Canetti. Un libro donde el asunto de la identidad va cosiendo pacientemente todos los fragmentos. "La identidad", dice Magris, "sólo es fértil cuando no se piensa en ella. Uno mira a una mujer, pero no se va diciendo constantemente "yo soy un hombre, soy Claudio Magris, profesor, escritor de Trieste, yo soy"... Uno mira... y se acabó, que por cierto es lo que hace el protagonista sin nombre de mi libro". Y aún más. En las primeras páginas de Microcosmos el narrador declama: "Toda identidad es también horrible, porque para existir tiene que trazar una divisoria y rechazar a quien está en la otra parte". El autor asiente y añade: "He escrito un libro contra las pequeñas patrias, contra mi patria, contra la patria de los catalanes, aunque los catalanes, ja, ja, sean ya muchos. La identidad sólo es una premisa para abrirse al mundo". Magris no cede ni siquiera ante la amenaza, ante la evidencia de que algunos hombres no pueden desarrollar de una manera espontánea, sin pensar en ella, su identidad: "La identidad deviene una obsesión cuando se siente amenazada. Pero siempre recuerdo lo que el tío de Milosz, el poeta polaco, embajador en Lituania, le decía a su sobrino: "Cuando tu nacionalidad esté amenazada debes defenderla. Pero esta defensa no puede ser jamás el valor supremo de tu vida".Al hilo del prurito sintáctico de uno de las decenas de inolvidables personajes de Microcosmos, el profesor Karolin, Magris escribe: "La corrección lingüística es la premisa de la claridad moral y de la honestidad. Muchas fullerías y graves prevaricaciones nacen cuando se hacen chapuzas con la gramática y la sintaxis y se pone el sujeto en acusativo o el complemento directo en nominativo, enredándolo todo y confundiendo los papeles de las víctimas y los culpables, alterando el orden de las cosas y atribuyendo eventos a causas o a promotores distintos de los reales". El párrafo sintetiza otra de las columnas, y de las virtudes, clave del libro: la afirmación -textual incluso- de que en la lengua está la verdad. "Microcosmos cuenta con la incertidumbre y la vacilación de la vida. Con la confusión, con todo esto, característico de nuestros tiempos y de todos los tiempos. Estos son los materiales con los que está escrito. Pero hay algo que no es negociable, que es preciso mantener a salvo, nítido: el sujeto, el predicado, este orden imprescindible". ¿La provincia del escritor? "Por supuesto, es el único lugar que cuenta. El escritor no tiene obligación de saber de política; pero no puede desconocer la lengua". ¿Y esos muchos, propietarios de una sintaxis transparente, sin reproche posible, Céline, Pirandello, entre ellos, que acabaron en manos de la inmoralidad política, del nazismo, del fascismo? "Ellos fueron gentes que comprendieron el mal de la vida, que llegaron muy hondo en esa exploración. En este sentido cumplieron con su trabajo. Pero ese descubrimiento del mal y de la falsedad lo contrastaron con la democracia y sus optimistas apelaciones al progreso. E incluyeron a la democracia en la maldad, sin entender que todas las grandes palabras, progreso, democracia, tienen algo de falso, pero cometiendo, sobre todo, un error político muy grave. Político, no literario".
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