La clarividencia de la rata
El 10 de abril de 1952 -día en que delató ante el comité senatorial de Joseph McCarthy a 15 de quienes fueron sus compañeros de partido en los viveros del Group Theatre, el Theatre of Action y la League of Worker"s Theatre- Elia Kazan se convirtió en un leproso moral, con el que ninguno de sus colegas de la izquierda neoyorquina quiso volver a tener un roce. Olvidaron incluso su nombre. De la noche a la mañana, el emigrante griego de Anatolia (Turquía) Ilia Kazanjoglou, niño prodigio y mimado al mismo tiempo por Broadway y Hollywood, conocido entre su gente como Genio de las dos Costas, achicó su identidad en el expeditivo mote de La Rata. Y así siguen llamándole casi medio siglo después.Durante algún tiempo pareció serlo, pero ya no es un misterio qué mecanismo mental condujo a Kazan a este (aparente, luego se manifestó como una vivificación de su identidad artística) suicidio moral. El actor Tony Kraber lo identificó con un engrase de su cuenta corriente en medio millón de dólares, y la especie cundió. No se sostuvo tan grosera impostura, y otros, los más, hablaron de una imprevisible cobardía como ciudadano en quien era valiente hasta la temeridad como artista. Pero tampoco esta explicación lo aclara todo. Kazan no fue un corrupto ni un cobarde. Es más, él describió una vez su decisión como un "desesperado acto de coraje", y no iba descaminado: sabía lo que le esperaba al convertirse en delator y otra vez dijo: "Hice aquello avergonzado, abochornado, pero no tenía otra opción si quería ser fiel a mí mismo". Es muy probable que Kazan sintiera miedo, pero fue también víctima de algo más perturbador que el miedo, la clarividencia.
Kazan fue miembro del Partido Comunista de América durante 19 meses, entre 1934 y 1936, a raíz de su incorporación al Group Theatre, en el que entró de aprendiz a los 23 años y de cuya refundación, en 1937, cuando tenía 26, fue alma y artífice, como también lo fue de su prolongación en el Actor's Studio. Cuando Kazan delató, hacía 16 años que no pertenecía al partido. Era lo que entonces se llamaba un "compañero de viaje" y se sentía tan incómodo en esa adscripción residual que decidió acabar con ella de una vez, romperla.
Esa ruptura tiene título: Viva Zapata, película pensada e hilada con anterioridad, pero hecha el mismo año de su acto de delación. Desde hacía tiempo, Kazan buscaba la manera de dejar de hacer el cine y el teatro social no comunista pero de consigna comunista en que estaba embarcado, y la figura poderosa y rompedora de esquemas del gran revolucionario mexicano Emiliano Zapata se lo puso en bandeja. Casi sin solución de continuidad, delató a viejos comunistas e hizo una película en la que atacaba al comunismo pero, atención, desde la izquierda. La clarividencia de Kazan le llevó a deducir en 1934, cuando sólo un puñado de locos discípulos de Troski se atrevían a hacerlo, que el stalinismo no era comunismo ni bolchevismo, no era izquierdismo, sino una forma solapada, pero integral, de derechismo totalitario, de fascismo.
Que, por encima del miedo, hubo en la conducta de Kazan un componente (ciertamente deleznable: delató a unos pobres diablos cuyo único delito eran sus ideas) de arreglo de cuentas contra una estafa política e histórica de proporciones colosales, se percibe en su nítida postura desafiante posterior: "Ahora que me he librado de la mordaza es cuando puedo comenzar a hacer verdaderas películas de izquierda". Pidió Kazan que, como artista, no se le juzgara por sus actos como persona, sino por sus películas, y soltó, tras el mazazo de Viva Zapata, nada menos que La ley del silencio, Al este del edén, Baby Doll, Un rostro en la multitud, Río salvaje, Esplendor en la hierba, América, América y El compromiso, una andanada de películas con intensidad emocional cercana a lo insostenible, hechas con la corrosión instalada en el alma, tal vez el más puro y radical celuloide de izquierda hecho nunca en Estados Unidos. Y el sobresalto brinca solo: unas cuantas secuencias del cine de esta rata delatora tienen más energía subversiva, más izquierdismo, que la obra completa del incorruptible Arthur Miller y todos los no delatores agolpada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.