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Entrevista:

"He escrito un libro de viajes contra la memoria"

Elsa Fernández-Santos

"Entre la corbata y la paternidad, mi reputación está definitivamente acabada". Ray Loriga (Madrid, 1967) ha dejado a su hijo recién nacido con su suegra y se ha puesto un traje gris ("Me parecen igual de estúpidos los que no me leían por llevar tatuajes como los que me han leído precisamente por llevarlos") para presentar en Madrid su última novela, Tokio ya no nos quiere (Plaza y Janés).El itinerario por hoteles, aeropuertos y lugares como Arizona, Bangkok, Berlín y Madrid de un comerciante que, en el próximo milenio, trafica con una nueva sustancia química destinada a borrar selectivamente el pasado centra Tokio ya no nos quiere, "un libro de viajes contra la memoria", explica Loriga, para quien su nuevo trabajo no significa un cambio de registro en su narrativa, sino "el afinamiento de un mismo estilo".

Un estilo que nació en 1992 con la publicación de Lo peor de todo y que, a veces a su pesar, se ha convertido en uno de los referentes constantes de los jóvenes narradores y lectores españoles. "He tenido que escuchar a muchos escritores jóvenes hablar de mí como si tuvieran algo que ver conmigo, pero lo peor ha sido tener que leer cómo muchos críticos cada vez que escribían sobre un autor nuevo aprovechaban para ponerme a mí también a caldo. Quizá es otra forma de ser víctima de tu propio pasado".

Desde su primer libro, Loriga ha basado su prosa en la construcción lenta a través de imágenes de una historia, "en la creación de emociones", dice. Loriga señala que en este último mes dedicado a su hijo -"dicen que un hijo te da problemas, pero yo tengo la sensación de que a mí me los ha quitado"- ha tenido tiempo para ver la última película de Terrence Malick, La delgada línea roja, un cineasta al que siempre ha admirado y en el que ("salvando las distancias") encuentra un referente para su literatura. "Todo lo que puede molestar de La delgada línea roja es precisamente lo que a mí me gusta. Me veo próximo a su forma fragmentada de contar lo que ocurre, a cómo hace hincapié en las cosas irrelevantes, cómo cuenta una historia que ni empieza ni acaba".

Escrita durante los últimos tres años y como resultado de un viaje realizado junto a su mujer, la cantante Cristina Rosenvinge ("el escribía y yo me compré una guitarra pequeña, una especie de ukelele", señaló ayer ella), Tokio ya no nos quiere es un recorrido por un álbum de fotos en donde los recuerdos son "polaroids" destinadas al olvido. "La literatura tiene mucho que ver con la recuperación de la memoria, pero yo planteo un viaje en el que la memoria se destruye. Este libro es un viaje hacia la posibilidad de la felicidad que está encerrada entre los barrotes de los recuerdos. Es bueno olvidar las derrotas para intentar nuevas victorias", afirma el escritor, para quien "el protagonista de la novela no recuerda lo vivido mientras que el lector sí". "Al lector le ofrezco un mecano, él tiene las piezas y las puede montar como quiera. Es como en esa película que hicieron John Lennon y Yoko Ono en la que no había música y en la que al final, junto al crédito de la banda sonora, escribían: "traiga su propio instrumento".

Loriga, que prepara un guión de cine para lo que será su segunda película y que verá cómo su novela Héroes es llevada al cine por una directora belga, asegura que de momento seguirá viviendo entre Madrid y Nueva York y que viajará hasta que su hijo tenga que ir al colegio. "Entonces, todos iremos al colegio con él".

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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