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Una autora de ideas

La anglo-irlandesa, por voluntad y por destino, Iris Murdoch, es una de las más brillantes figuras de la narrativa inglesa que se dio a conocer o se consolidó en los cincuenta y sesenta. Son los años de la aparición de Anthony Burgess, Lawrence Durrell, William Golding, Doris Lessin, Malcom Lowry, Allan Sillitoe y Angus Wilson, entre otros escritores de evidente relieve. Es el tiempo de la ruptura con los valores de la sociedad imperial, de la mirada hacia atrás con ira, que Osborne dibujó en un célebre drama; el tiempo en que comparece definitivamente en la literatura la inmediata realidad británica menos edulcorada y apacible de lo que hasta entonces se creía o se había pintado. En este panorama es Iris Murdoch una figura singular. Dista de ser una escritora realista, pero tampoco cultiva la literatura social, la sostiene un pensamiento complejo, que se halla influido por el existencialismo francés, por las atormentadas visiones de Dostoievski y de Simone Weil y por la filosofía de Wittgenstein, que incluso llega a aparecer como personaje en una de sus novelas más conocidas, Bajo la red.

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Una escritura nueva

Su escritura va del detallismo obsesivo a la tendencia a la fantasía alegórica y filosófica, que acaba resumiéndose en una inevitable dimensión mítica.

Es una escritora de ideas, y con ideas, pero es, ante todo, una escritora. Sus personajes pueden encarnar abstracciones pero son, por encima de ellas, criaturas dotadas de voz y sustancias propias y de rara profundidad. Por eso se ha hablado de sus capacidades psicológicas como narradora. El tejido alegórico no es, por otra parte, nítido o unívoco, sino que brota de la propia dialéctica novelesca.

La realidad, tal como la concibe Murdoch, está investida de suma complejidad. Su primera novela, que alcanzó un éxito inmediato, la ya consignada Bajo la red, trata precisamente del encuentro y desencuentro del protagonista con la realidad, una realidad rehusada y quebrantada. Realidad que es casi siempre decepcionante porque, en última instancia, carece de sentido. El tema amoroso, abundante en sus libros, no escapa a esta ley; bien al contrario, la corrobora con su erotismo compulsivo y en absoluto salvador.

La obra de Murdoch es abundante y está en su mayor parte traducida al español. García Hortelano la admiraba mucho y la crítica ha señalado su ascendente sobre Álvaro Pombo.

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