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El ejercicio físico elimina el riesgo de infarto en fumadores con una predisposición genética

Investigadores del IMIM de Barcelona demuestran el efecto protector de la actividad física

Milagros Pérez Oliva

Los investigadores que en 1978 iniciaron el estudio Regicor para evaluar la incidencia de infartos de miocardio en el área atendida por el hospital Josep Trueta de Girona no se llevaron ninguna sorpresa al comprobar que era una de las más bajas del mundo. Lo esperaban. La sorpresa fue comprobar que, pese a tener una tasa de infartos en menores de 65 años notoriamente inferior a la de otros países, la prevalencia de los factores de riesgo más directamente relacionados con el infarto era igual o superior a la de los países con más cardiopatías. Los datos quemaban en el ordenador: ¿cómo era posible que presentando tasas de hipertensión arterial o colesterol elevado en mayor proporción incluso que la registrada en Estados Unidos, la tasa de infartos fuera tres veces inferior? ¿Cómo era posible que Girona registrara 200 infartos anuales en hombres de 35 a 64 años por cada 100.000 habitantes, y Finlandia, con idénticos factores de riesgo, tuviera más de 1.600?

El enigma sólo podía tener una explicación: debían existir factores de protección, genéticos o ambientales, suficientemente poderosos como para anular los factores de riesgo. Después de varios años de trabajo epidemiológico, Jaume Marrugat y Mariano Sentí, investigadores de la unidad de lípidos y epidemiología cardiovascular del Instituto Municipal de Investigación Médica (IMIM) de Barcelona tenían en sus manos un material excelente para tratar de dar una respuesta al enigma: veinte años de seguimiento de la enfermedad cardiovascular en la provincia de Girona y la posibilidad de efectuar un corte transversal en una muestra representativa de 1.800 personas.

Los primeros resultados de este trabajo, todavía preliminares, permiten llegar a una conclusión extraordinaria: el ejercicio físico regular es un factor de protección tan importante que es capaz de anular la perniciosa combinación de dos de los factores de riesgo más poderosos: una predisposición genética al infarto y el tabaquismo.

Alteración genética

Pero vayamos por partes, porque la mejor forma de comprender la relevancia de este resultado es seguir el interesante itinerario científico recorrido por Marrugat y Sentí con la metodología de una nueva disciplina llamada a proporcionar grandes noticias: la epidemiología genética. Diversos estudios habían demostrado la relación entre el metabolismo de los lípidos y el riesgo de infarto. Marrugat y Sentí se centraron en un gen, el de la lipoproteinlipasa, que desempeña un papel determinante en ese metabolismo. Científicos estadounidenses demostraron en 1989 que una alteración en la expresión de este gen predispone al individuo a sufrir arteriosclerosis y, en consecuencia, infarto.

Existe un procedimiento para mesurar la propensión a la arteriosclerosis. Es un determinado cociente entre la proporción de triglicéridos y la de HDL, el llamado colesterol bueno. Cuanto más alto es este cociente, más riesgo de infarto existe.

Podía ser que la población de Girona tuviera una tasa de mutación de este gen inferior y eso explicara la menor tasa de infartos. Pues no. El 50% de la población estudiada presentaba la alteración genética, igual que en otros países. Y no sólo eso, sino que también presentaba una mayor prevalencia de otro de los factores de riesgo implicados en el infarto: el tabaquismo. Marrugat y Sentí comprobaron además que la presencia combinada de la alteración genética y el tabaquismo aumentaba significativamente el cociente de aterogeneidad, es decir, que la combinación de los dos factores multiplicaba el riesgo de ataque cardiaco. Traducido a números: si el 50% de la población tiene una alteración genética que predispone al infarto y un 40% además fuma, puede concluirse que el 20% de la población adulta tiene un serio riesgo de sufrir un ataque cardiaco.

Llegados a este punto, todavía se hacía más interesante averiguar por qué se daba una tasa de infartos muy inferior a la esperada. Marrugat y Sentí dirigieron la búsqueda de un elemento protector hacia los factores ambientales y decidieron analizar en primer lugar el ejercicio físico porque, como ya había establecido otro miembro del equipo, Roberto Elosúa, ejerce un efecto beneficioso sobre el metabolismo de los lípidos. Y comprobaron que, efectivamente, la población analizada realizaba ejercicio físico en mayor proporción que otras con mayor tasa de infartos. El resultado no podía ser más espectacular: las personas que realizaban ejercicio físico intenso tenían un cociente de triglicéridos sobre HDL, es decir, un riesgo de infarto, muy inferior. Y lo que resultaba aún más significativo: en las personas que tenían el gen alterado y además fumaban, el ejercicio físico reducía el cociente de riesgo prácticamente a cero (véase el cuadro adjunto).

Hoy es posible conocer mediante un simple análisis si un individuo es portador o no de la alteración genética que predispone a la arteriosclerosis. Por eso es de gran relevancia saber ahora que existe un factor que puede neutralizar su efecto.

Los resultados de esta investigación permiten lanzar un primer mensaje: "Si tienes una predisposición genética a sufrir arteriosclerosis y no puedes dejar el tabaco, más vale que corras". Pero ni a Jaume Marrugat ni a Mariano Sentí les convence demasiado. Eso es cierto, pero puede llevar a la idea de que los efectos del tabaco pueden combatirse corriendo, cuando el tabaquismo, además de riesgo de infarto, comporta un serio peligro de contraer cáncer. Por eso ellos prefieren el mensaje en positivo. "Si dejas de fumar y además corres, tu saldo de riesgo de infarto puede llegar a ser negativo, aunque tengas una predisposición genética".

El ejercicio físico es pues un factor de protección, pero aún no explica totalmente la gran diferencia en la tasa de infartos. Deben existir otros factores. Marrugat y Sentí tienen ante sí un extenso campo de investigación.

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