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Aunque pierda, gana

Andrés Ortega

Perderá territorio, pero si se llega a un acuerdo en Rambouillet sobre Kosovo, Slobodan Milosevic habrá ganado tiempo, y podrá fácilmente consolidarse durante tres a cinco años más, como poco, en el poder. Ese es su objetivo. Poco le importan Kosovo, su pasado o el futuro de los serbios que allí habitan. El líder serbio, hoy presidente de la República Federal de Yugoslavia, no sólo sabe como nadie ser un superviviente político, sino erigirse en elemento indispensable para la comunidad internacional a la hora de garantizar un acuerdo y su aplicación. Lo logró en Bosnia, donde inició la salvaje guerra, y puede volver a conseguirlo en Kosovo. Sabe que aunque Serbia pierda, él puede ganar. Sabe, además, que esto lo saben los negociadores internacionales, los albano-kosovares y la deprimida y atomizada oposición democrática en Serbia, donde Milosevic se ha venido preparando durante meses para lo que ahora se avecina y tiene a los medios de comunicación amordazados. Su táctica en las negociaciones de Rambouillet es la de que su delegación proteste, resista, exija, y acabe eventualmente aceptando, convirtiéndose en la piedra de toque del eventual acuerdo, sin posible alternativa. Y si fracasan las negociaciones, quedará, una vez más, como un héroe para los suyos. Milosevic no dará nada a cambio de nada. Pretende sacar algo de un acuerdo: al menos, el levantamiento de sanciones económicas que pesan sobre Serbia. Todos esperan que, con amenaza de ataque de la OTAN o sin ella, tense todo lo que pueda la cuerda, para empezar con un intento de que la negociación se enmarque en el ámbito de decisión serbio, al ser Kosovo formalmente una provincia de Serbia.

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Los kosovares se inclinan por un periodo de transición previo a la independencia

Milosevic aprecia que casi toda la comunidad internacional se resiste a la eventualidad de un Kosovo formalmente independiente, pues podría ponerse en marcha un desestabilizador proceso de reagrupación de los albaneses bajo un sólo Estado: una Gran, si bien pobre, Albania. Milosevic creía que esta baza le bastaba. Sin embargo, este intrigante nato e iniciador de sanguinarias guerras, a pesar de su extrema habilidad, cometió un error garrafal cuando intentó expulsar al jefe de la misión de verificación de la OCSCE en Kosovo, el estadounidense William Walker. Provocó así un cambio radical de actitud en Washington e incluso favoreció la idea de que EE UU participe militarmente en cualquier operación necesaria, ya sea para bombardear a los serbios o para la misión de pacificación en Kosovo. Tras el enfrentamiento con Walker, las amenazas de una OTAN que ha abandonado la disuasión de ataño en favor de la persuasión y la imposición, y las revelaciones sobre la matanza de albaneses kosovares en Racak, han cambiado el espíritu del Grupo de Contacto.

Este Grupo, que engloba a EE UU, Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia en una especie de autodesignado directorio mundial, o al menos europeo, trata de imponer para Kosovo un estatuto provisional -intentar uno definitivo llevaría a un fracaso de toda negociación, aunque fuera impuesta- para los próximos tres años, con una gran autonomía dentro de Serbia o de la Federación Yugoslava, autonomía en la que los serbios y otras minorías en Kosovo también tendrán una esfera de autogobierno. De hecho, aunque Kosovo no sea un Estado independiente, se asemejaría a Bosnia, en donde, al menos temporalmente, el verdadero poder reside en el alto representante internacional, actualmente el español Carlos Westendorp, convertido en una especie de MacArthur balcánico. En Bosnia, Westendorp ha ido adquiriendo estos poderes paulatinamente. Tras esta experiencia, su futuro homólogo en Kosovo -sea o no Walker- dispondría de tales poderes desde el principio, apoyado también por tropas de la OTAN. Cuando dirigió las tropas de ocupación en Japón, MacArthur no tuvo que lidiar con ningún Milosevic. Éste, que quitó la autonomía y reprimió a los kosovares, puede convertirse, por desgracia y realismo, en el garante de una paz, aunque sea temporal. ¿Seguirá ganando siempre?

aortega@elpais.es

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