Los kosovares se inclinan por un periodo de transición previo a la independencia
La reunión de Rambouillet para un acuerdo de paz entre el régimen de Belgrado y los albaneses de Kosovo entró ayer en su fase de negociación intensa, con los mediadores circulando entre las salas separadas en las que se encuentran las dos delegaciones y con unas ansias demasiado evidentes por parte de los organizadores de presentar los primeros éxitos. Así, ayer se anunció que la parte albanesa habría aceptado que, durante los tres años de periodo transitorio, Kosovo permanezca nominalmente dentro de las fronteras de Serbia.
Medios albaneses cercanos a la negociación han manifestado que su objetivo es un Kosovo independiente, soberano y democrático. La delegación kosovar podría aceptar durante la transición un estatuto caracterizado por una medida ambigüedad en cuanto a su situación dentro o fuera de las fronteras de Serbia y siempre dentro de las de Yugoslavia. Ante el absoluto aislamiento al que han sido sometidas las dos delegaciones, las únicas informaciones disponibles son las de los organizadores, y especialmente de los tres embajadores plenipotenciarios del Grupo de Contacto, el norteamericano Christopher Hill, el representante de la Unión Europea Wolfgang Petritsch y el ruso Borís Mayorski. Los esfuerzos para impedir que los negociadores utilicen para sus fines a los cientos de periodistas que han invadido Rambouillet son manifiestos. Pero también las tentaciones de los portavoces de atribuirse éxitos que parecen aún muy lejanos.
El primer pulso lo ganó la comunidad internacional al arrancar a las autoridades de Belgrado el permiso para que los representantes del Ejército de Liberación de Kosovo volaran desde Pristina hacia Francia. Tuvo el Grupo de Contacto que dejar claro al régimen de Slobodan Milosevic que no puede ya, como pretendía, elegir a sus interlocutores en la mesa. La presión ejercida sobre Belgrado para que abandonara este intento de dinamitar el encuentro sólo es, según medios occidentales, una pequeña anticipación de lo que les espera a las dos partes en los próximos días o semanas.
La consigna para las negociaciones es evidente. Existe una unidad sin precedentes en la comunidad internacional respecto a la necesidad de acabar con la escalada bélica en Kosovo, que amenaza con desestabilizar todo el sureste europeo. Rusia se ha unido por primera vez sin reservas a los planes del resto del Grupo. El plan de paz, del que aún no se conocen los detalles para dejar un margen a la negociación, es, en sus líneas maestras, una imposición a ambas partes que sólo variaría en el caso improbable de que ambas partes se pusieran de acuerdo en los cambios. Los mediadores han advertido que el 80% del plan no es negociable.
El presidente francés, Jacques Chirac, y los ministros de Exteriores de Francia y el Reino Unido mezclaron en la apertura de la reunión sus llamamientos a la buena voluntad con las advertencias sobre la determinación de imponer el plan con todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar.
Los aplausos de las delegaciones de serbios y albaneses a los discursos de los anfitriones en la sesión de apertura fueron todo menos entusiastas. Todos parecen saber que, más que invitados, están en el palacio retenidos hasta que acepten una solución impuesta. Los delegados estarán al menos una semana viviendo en el palacio en el que se celebran las negociaciones y ya están avisados de que seguirán allí otra semana si no han concluido el acuerdo. Cook ha advertido que a mediados de semana se hará una primera valoración sobre los avances y que antes del 20 de este mes, en todo caso, habrá un acuerdo o medidas de fuerza contra quien lo impida.
Es previsible que la delegación albanesa pueda conciliarse con el periodo de tres a cinco años que parece establecerse como transitorio antes de decidirse el estatuto definitivo de Kosovo. En él se crearán instituciones políticas, administrativas y policiales autónomas de Belgrado que devolverían la soberanía a la mayoría albanesa de forma irreversible, gracias al despliegue de tropas internacionales.
Son evidentes las dificultades de Belgrado para aceptar este plan y presentárselo a la población serbia como algo que no sea una humillante derrota. Una de las compensaciones que el Grupo de Contacto ofrece es el levantamiento de las sanciones y posibles ayudas económicas, así como la apertura de un proceso para preparar una futura integración europea. Es muy posible que para los dirigentes del régimen, y especialmente para Milosevic, la perspectiva de europeizar -y, por tanto, democratizar- Serbia no sea tan atractiva como para la población del país. Pero, una vez en Rambouillet, ambas delegaciones tienen pocas posibilidades de retirarse impunemente de la reunión.
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