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Cien días a la sombra de Kohl

Schröder intenta respetar su programa, pero no ha definido aun el nuevo papel de Alemania en Europa

Pilar Bonet

Si se le pregunta a un alemán cómo valora los primeros 100 días del Gobierno de coalición del Partido Socialdemócrata (SPD) y Los Verdes, uno debe estar preparado para oír una amplia gama de respuestas, desde "caótico" hasta "aceptable, teniendo en cuenta la inexperiencia", pasando por "muchos pequeños pasos en la dirección correcta" o "muchos pasos contradictorios". No faltan los que creen que "nos sacan el dinero de un bolsillo y nos lo meten en el otro" y los que opinan que el Gabinete estrenado el 27 de octubre "ha asustado a nuestros vecinos europeos". La única conclusión clara es que al Gobierno aún le falta una columna vertebral clara, un perfil de trazos definidos a la altura del papel de Alemania en Europa.La confusión, la torpeza, el apresuramiento, pero también la voluntad de cumplir las promesas y la capacidad de aprender, han acompañado los primeros 100 días del Gobierno de Gerhard Schröder. Marcado por una experiencia provinciana del poder (como dirigente del land de Baja Sajonia), el canciller, un pragmático que se corrige sobre la marcha sin complejos, había subestimado las dificultades de gobernar la primera potencia de Europa en plena aventura de la unión monetaria y en vísperas de la ampliación.

A base de meteduras de pata, el canciller va aprendiendo a desenvolverse en espacios cuyas limitaciones él no controla: en el ámbito exterior, los papeles asumidos por otros países europeos a lo largo de los años de convivencia con Helmut Kohl y el peso de la historia que el antiguo canciller tanto respetaba. En el ámbito interior, unas perspectivas de crecimiento económico a la baja, que pueden interferir en la lucha contra el paro si no se alcanza un 2,5%, según ha alertado el propio Schröder. Sobre este fondo viciado, 100 días son un periodo demasiado breve para un resultado. En tan corto tiempo, sin embargo, la coalición rojiverde ha tocado multitud de teclas, desde la restitución de prestaciones sociales que el Gobierno de Kohl había ido sisando céntimo a céntimo a los ciudadanos hasta el aumento de las ayudas familiares. Schröder ha cumplido lo que prometió a los menos favorecidos de la sociedad, para quienes es importante pagar unos marcos de menos por un medicamento o volver a recibir gratis los servicios del dentista. No falta, sin embargo, quien pronostica que las prestaciones sociales restablecidas acabarán teniendo que enfrentarse a un problema omitido desde hace años: ¿de dónde sacará dinero Alemania para mantener el Estado de bienestar? En el análisis realizado por Frankfurter Allgemeine Zeitung, Schröder es catalogado como la antítesis de Maquiavelo, por no haberse atrevido a plantear las tareas más difíciles al principio, tal como mandan los cánones del Renacimiento. De momento, las encuestas no registran cambios anormales en la popularidad de la coalición gubernamental. El 56% considera que el Gobierno hace su trabajo bien y sólo el 30% es de la opinión contraria, según los últimos sondeos.

En 100 días se ha consumado un cambio generacional en Alemania. Al frente de los destinos del país están hoy los cincuentañeros que fueron los jóvenes del 68. A diferencia de sus predecesores, para ellos la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias son historia, y no vida. Schröder ha demostrado que su relación con el pasado es poco sofisticada, pero ningún alemán, y mucho menos él, puede escapar ya de la historia. Como una jugarreta del destino, el Gobierno ha heredado la polémica sobre el monumento a las víctimas del holocausto en Berlín. En vez de darle una salida airosa, el responsable de cultura, Michael Naumann, ha convertido el debate en una verdadera ciénaga, al invalidar decisiones ya tomadas.

En sus primeros 100 días, Schröder no se ha revelado como un líder carismático. Si se le compara con sus predecesores, no es tan intelectual como Helmut Schmidt ni tiene las visiones europeas de Kohl. Frente a su modelo, Tony Blair, Schröder parece haber sido engullido por las prosaicas tareas de gobierno en detrimento del nuevo centro.

Schröder tiene a veces reacciones bruscas, pero a su favor hay que decir que sabe trabajar en equipo y delegar.

En su conjunto, el Gobierno parece estar adquiriendo su velocidad de crucero tan sólo ahora, cuando cada uno de sus miembros asume por fin sus responsabilidades, tras los desajustes y pugnas con los que han tratado de delimitar su territorio. Tres ministros se han distinguido de los demás. Joschka Fischer, el verde, responsable de Exteriores, ha sido el héroe positivo sin discusión, por encima de todos. Propios y ajenos parecen dispuestos a perdonárselo todo, desde la inhibición a la hora de extraditar al líder kurdo Ocalan hasta su intento de revisar la estrategia nuclear de la OTAN. A Fischer se le atribuyen hoy todas las virtudes: europeísta, democrático y portador de la visión filosófica de la que parece carecer Schröder.

Los héroes negativos han sido el socialdemócrata Oskar Lafontaine, ministro de Economía, y el verde Jürgen Trittin, de Medio Ambiente. Tras la victoria a la que contribuyó sustancialmente, Lafontaine, presidente del SPD, parecía sentirse con derecho a formar un dúo fraternal con Schröder. Convencido keynesiano, Lafontaine irritó al Banco Central Europeo (BCE) al insistir en que los intereses debían bajar para estimular la demanda. También asustó a los vecinos británicos con su defensa de la armonización fiscal. Schröder no desautorizó públicamente a Lafontaine, pero le creó contrapesos en torno a Bodo Hombach, ideólogo del nuevo centro.

Con la opinión pública europea ha topado también Jürgen Trittin, que, llevado por su celo ecológico, quería cumplir a rajatabla el programa de abandono de la energía nuclear. Pero, ante la amenaza de cuantiosas indemnizaciones, Schröder acabó dando marcha atrás. Como Lafontaine, Trittin ha sido neutralizado con su respectivo contrapeso: Werner Müller, ministro de Economía. Tanto Lafontaine como Trittin tienen detrás sendos partidos ante los que deben responder. De momento, sin embargo, tanto en el SPD como en Los Verdes, la satisfacción por gobernar tras 16 años de travesía predomina por encima de los purismos ideológicos, ya sea izquierdismo o ecologismo. La coalición tiene dificultades de ajuste interno, pero no se encuentra ni mucho menos al borde de la ruptura.

Imágenes de marca

Dos de los grandes temas de la coalición se han perfilado claramente durante estos 100 días. Se trata de la desnuclearización y del proyecto de ley de ciudadanía. La desnuclearización es parte de la identidad de Los Verdes, cuyos militantes se han curtido en manifestaciones antinucleares. Cien días después de asumir el poder, está ya claro que la desnuclearización será un proceso largo y complejo con repercusiones internacionales aún desconocidas y con alternativas aún problemáticas. La ley de ciudadanía, que podría entrar en vigor en otoño, constituye la imagen de marca del Gobierno de cara a un proyecto de sociedad multicultural. El proyecto, que sustituiría el derecho de sangre por el del suelo, permitiría integrar entre tres y cuatro millones de personas, en su mayoría turcos. La campaña de recogida de firmas organizada por la oposición democratacristiana, a remolque de la Unión Cristiano Demócrata de Baviera es un innoble golpe bajo para el SPD, ya que moviliza tendencias xenófobas en la sociedad. Sobre este telón de fondo, el ministro del Intrior, Otto Schilly, parece tener razón cuando invoca el peligro de un aumento de las tendencias derechistas para rechazar los reproches de Los Verdes por no haber ido suficientemente lejos en el esfuerzo para integrar a los extranjeros. El 63% de la población quiere que los extranjeros que se naturalicen como alemanes renuncien a su nacionalidad de origen.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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