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El baúl y la mochila

Fin de año, días de síntesis. Se mira hacia atrás, reflexivamente, para seleccionar lo que queda de los últimos meses digno de introducirse en el baúl de los recuerdos. Listas de libros, discos, sucesos que marcan la historia. Nadie parece acordarse de los artículos. Los ha habido magníficos, sin salirse de EL PAÍS. Javier Marías escribió en marzo Cómo lo lamento, cómo lo celebro, un análisis lúcido, valiente y penetrante sobre la ambigüedad y complicidades de los partidos políticos nacionalistas vascos; Rafael Argullol, hace un par de semanas, una sabia e inquietante reflexión, El gigante cojo, sobre los diferentes caminos de la ciencia y el arte. Eran dos artículos de opinión desde la serenidad, desde la hermosura de la escritura, desde el desgarro. Félix de Azúa ponía en contraste en Hablar, una columna de última página, la pobreza del lenguaje de nuestros estudiantes, políticos y futbolistas, frente a las manifestaciones de un campesino analfabeto de Honduras. Terrible. Y aún más terrible la fuerza de un titular puro y duro en las páginas de Educación: Tres de cada cuatro jóvenes de bajo nivel socioeconómico no terminan la secundaria, acompañado de unos cuadros gráficos en que provincias como Cádiz y Almería figuran con más de un 30% de la población entre 20 y 24 años sin haber completado el graduado escolar.Los guardo en el baúl de la memoria este año curioso culturalmente, en que el espectador de cine se ha refugiado desde la Filmoteca en Ozu y sus miradas a ras de tierra, y el de teatro ha recuperado la fuerza de la emoción directa del actor con el Piccolo de Milán y su Arlechino. ¿Nostalgia de lo perdido o necesidad de nuevas palpitaciones humanas? Las ha habido en la música, en Robles de Laciana (León), cuando un pueblo, un valle, han asistido a sus primeros conciertos, con el piano de Rosa Torres-Pardo protegido por una sombrilla o calzado para compensar la inclinación de la plaza junto a la iglesia, y la voz de Enrique Viana buscaba un retorno imposible hasta imaginarlo, ya anocheciendo, con unos Pescadores de perlas casi irreales. Y también la ópera parece haber enmarcado este 98 con buenos síntomas: en Barcelona, los primeros días de enero, con una trepidante La Calisto de Cavalli, servida primorosamente por Jacobs, Wernicke y María Bayo; en Madrid, los últimos días de diciembre, con un conmovedor tercer acto de La Bohème, a la búsqueda de los sentimientos perdidos.

No es un balance, sino un reflejo de lo que la memoria selectiva me trae de inmediato. El baúl está a punto de cerrase, mientras la mochila de las ilusiones se prepara para recibir unos proyectos de futuro inmediato que tienen en la música y en los músicos españoles ventanas abiertas de esperanza a Europa. En Salzburgo, el próximo verano, el Orfeón Donostiarra y La Fura dels Baus estarán juntos en La condenación de Fausto y de Berlioz y, por separado, en un estreno de Philip Glass y en una obra teatral. Carlos Álvarez encarnará el papel protagonista de Don Juan de Mozart, de la mano de Riccardo Muti, antes del verano en la Staatsoper de Viena, y después, de la Scala de Milán. El compositor Mauricio Sotelo ha sido invitado por la Bienal de Múnich para estrenar su primera ópera en abril. Y además, Dresde, la ciudad alemana de la reconstrucción moral piedra a piedra, dedicará su festival de 1999 a España con la presencia de Al Ayre Español, María Bayo, Nacho Duato, Jordi Saval, Montserrat Figueras, Antonio Gades, Paco Peña o García Navarro, y músicas que van desde el Códice Calixtino de la catedral de Santiago de Compostela hasta Falla, Albéniz, Gerhard y Cristóbal Halffter.

En pleno año jacobeo, la música y los músicos españoles miran sin complejos a Europa. Será una satisfacción comprobar a finales del 99 que las

ilusiones de la mochila se puedan incorporar gozosas a la memoria del baúl.

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