Nuevos proyectos, viejas promesas
Los vecinos de Bilbao La Vieja habitan un territorio temido por el resto de bilbaínos. Muchos de los 18.000 habitantes de la zona han visto como en poco más de una década las calles se han teñido del color de la droga. Los vecinos conviven con traficantes que venden las bolas (dosis) con la facilidad del que obsequia caramelos. Al caer la luz, algunas mujeres se venden a cambio de un chute. Otras, las profesionales, añoran aquellos tiempos en los que eran las reinas en el barrio chino de Bilbao. En muchos inmuebles que desde principios de siglo han albergado a personas "humildes pero honradas", según una antigua vecina de Mirivilla, sólo queda en pie la escalera. Los comercios de San Francisco, antes prósperos, echaron la persiana hace tiempo. Muchos locales ahora sirven de tapadera para el narcotráfico. Los vecinos más mayores todavía recuerdan las proyecciones del cine Vizcaya, en San Francisco. Todo lo invade la nostalgia Ante este panorama, la mayor parte de los habitantes del barrio más deprimido de Bilbao se siente escéptico ante el plan de rehabilitación diseñado por el Ayuntamiento. A partir de enero comenzará la puesta en marcha de un proyecto cuyo objetivo es construir 4.000 viviendas y transformar la estética urbana y social del barrio. Dimas Sañudo, concejal de Urbanismo, es contundente: "Estoy seguro de que la foto fija de Bilbao La Vieja será diferente dentro de cuatro años". Sin embargo, muchos de los que habitan las 5.000 viviendas de la zona no se lo creen. Los más optimistas piensan que si el barrio se transforma estará económicamente fuera de su alcance. "Vendrán otros a ocupar las nuevas casas porque nosotros no vamos a tener dinero para comprar", coinciden particulares y asociaciones. "Ni un vecino se quedará sin vivienda. Tienen razón al desconfíar porque durante años se ha hablado mucho y no se ha hecho nada. Pero, ahora hay realidades", insiste . Una de esas vecinas incrédulas es Idoia. Tiene 30 años y ha vivido siempre en el barrio. Primero, en Travesía de la Concepción. Desde hace casi dos años en el último tramo de Las Cortes, en las viviendas municipales recién construidas. "La droga ha cambiado el paisaje desde los años ochenta. El vecino que ha podido se ha ido, el resto asumimos lo que hay y ya está. No nos vamos porque no podemos. El barrio se ha convertido en una zona marginal porque al Ayuntamiento le importamos un bledo", se queja. Esta joven, como el resto de habitantes de Bilbao La Vieja, sólo pernocta en el barrio. Para el trabajo y las actividades lúdicas cruza el puente de Cantalojas que comunica con "la vida normal" que empieza en Zabalburu o el puente de La Merced que traslada al Casco Viejo. "Aquí no se puede hacer nada. No es por miedo, a mí nunca me ha pasado nada, sino porque sólo hay drogas y marginación. ¿Que si tengo confianza en los nuevos planes de rehabilitación del barrio? El Ayuntamiento nunca ha hecho nada por nosotros, pero quizá la esperanza es lo único que nos queda", apunta. Javier Terrero tiene 44 años y ha pasado la mayor parte de su vida en el barrio. Ahora es el párroco de El Sagrado Corazón de María. Allí acuden todos: la joven gitana que busca un certificado de residencia para visitar a su marido preso en Basauri y el vagabundo que solicita un bocadillo. "Este barrio no es ni una mueca de lo que era. Los comercios han cerrado. Las casas se caen. La droga ha desestructurado las familias y el barrio. Los toxicómanos no sólo vienen a comprar la droga sino que viven aquí. El paisaje urbano es la droga. La gente de siempre no hace vida en el barrio. Se trata de huir", reflexiona. Otro tipo de familias Terrero asegura que la población inmigrante no excede del 35%. Africanos, chinos, peruanos. Todos conviven. Pero con los traficantes no se relacionan ni los de su propia raza. El párroco encuentra algo positivo en los planes del Ayuntamiento. "Es bueno que quieran regenerar el barrio con otro tipo de familias. Pero, las que viven ahora no podrán acceder a los nuevos pisos. Y, además, ¿qué van a hacer con los drogadictos? En algún sitio tendrán que estar. Las autoridades les dejan aquí para que no contaminen otras zonas", asegura. Félix, de 36 años, también ha tenido siempre su hogar en el barrio. Conoce cada calle. Tantos años de espera le tiñen de escepticismo. "Yo creo que hay una operación inmobiliaria salvaje. Meten 10 negros traficantes en un mismo portal y los vecinos se van. Otras casas se caen solas porque nadie las arregla. En otras, como en Cantarranas, viven personas mayores. Yo sólo digo que muchos de los que conocí de pequeño o se han muerto o se han ido", recuerda Félix.
Los clientes, de fuera
Apenas hay comercio en la zona de Bilbao La Vieja. Es muy difícil mantener un negocio y, sin embargo, los pocos que existen aún, lo hacen gracias a la clientela de fuera del barrio. Como el restaurante El Churrasco, un clásico en celebraciones abierto desde hace 25 años. "Nuestros clientes suelen reservar con mucha antelación. Por la puerta no entra nadie", comenta Amparo, de 33 años, que lleva desde hace 17 trabajando en el local y ha vivido siempre en San Francisco. "Apenas vienen vecinos. Son buena gente, pero modesta, no de ir a restaurantes", asegura la cocinera, Conchi. Ella ha criado a sus tres hijos en el barrio. "La zona está fatal, pero peor desde hace 10 años. Es cierto que antes estaban las prostitutas, pero eran mujeres de bandera y no hacían daño. Yo iba al colegio en Las Cortes y tenía un club a cada lado", recuerda. Ellas saben que si El Churrasco estuviera en otra calle, el negocio subiría. "Tendríamos el doble de clientes. Este no es sitio de paso ni de paseo", afirman. Quien acude allí a cenar suele pedir un taxi por teléfono al terminar. Amparo sueña con el proyecto de remodelación: "Esto va a ser lo mejorcito de Bilbao. Pero que se cuente con la gente que vive aquí".
El 30% de los residentes está sin trabajo
Más de 30 asociaciones trabajan en Bilbao La Vieja. Muchas de ellas de carácter altruista pero todas con el mismo objetivo: el barrio y sus habitantes. La Mesa por la Rehabilitación de Bilbao La Vieja agrupa a los sectores más significativos, entre ellos, representantes municipales y del Gobierno vasco, así como a la coordinadora de grupos por la rehabilitación y diversos colectivos de la zona. Arturo vive en San Francisco y forma parte del movimiento social creado en torno a la coordinadora. "Hasta la creación de la Mesa, un organismo paritario, tuvimos que pelear por el realojo de los vecinos. Obligamos al Ayuntamiento a que concedieran viviendas a los que se habían quedado sin casa. Sin embargo, ahora sí tenemos un compromiso de realojo en el nuevo plan de cirugía", explica. El colectivo coincide con los vecinos en su preocupación por la falta de medios para acceder a las futuras viviendas. "Es un barrio muy luchador, pero humilde y mucha gente no va a poder comprar un piso nuevo. Tenemos un 30% de paro en la zona". Los barrios más populosos son San Francisco y Bilbao La Vieja. En el primero, viven 5.903 habitantes, de los que 1.578 tienen trabajo y 849 están parados. En Bilbao La Vieja viven 3.198 personas. Las ocupadas son 833 y los desempleados, 505, según datos municipales. Felipe forma parte de la Asociación de vecinos de San Francisco. "Llevamos 25 años trabajando en esta parte de Bilbao tan conflictiva. La única manera de entender la rehabilitación es contando con todos los vecinos". Felipe recuerda que el PERRI (Plan Especial de Rehabilitación y Reforma Interior del Área de Bilbao La Vieja) se aprobó hace cinco años y que desde entonces "todo va muy despacio". "No hay interés en asumirlo. Existe un proyecto para construir una estación de autobuses en la zona de Renfe, que dispondría de locales comerciales y otros servicios. Si se hiciera no habría necesidad de más negociaciones para acelerar la recuperación del barrio. El principal problema no es la droga, sino la pobreza", remacha. Nuevos inquilinos En los últimos años, gente joven se ha asentado en las calles ubicadas más cerca de la ría, donde algunos incluso han abierto restaurantes o panaderías. "Me he comprado un piso aquí porque en otras zonas de Bilbao están fuera de mi alcance", explica Margarita, de 26 años. Ella, como otros nuevos inquilinos, duerme en el barrio, pero vive al otro lado del puente. Rosa es de las pocos que vive y trabaja, altruistamente en este caso, en San Francisco. Pertenece a Itaka, una comunidad cristiana. "La recuperación va a ser difícil, a largo plazo. El Ayuntamiento quiere limpiar la zona, pero losproblemas seguirán mucho tiempo", afirma. Felipe es de su misma opinión: "Lo que se ha deteriorado en 40 años no se puede arreglar en tres".
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