Éxodo de un barrio por el ruido de Barajas
Coslada, un pueblo madrileño de 75.000 vecinos que creció al calor de las fábricas instaladas al lado de la N-II y en las inmediaciones de un aeropuerto que aún no se había quedado pequeño, quiere trasladar un barrio atravesado, cada uno o dos minutos, por los aviones que aterrizan muy poco después en Barajas. El barrio de la Estación, así se llama, está formado por varios grupos de viviendas modestas diseminadas en un mar de fábricas. Debe su nombre a la estación de ferrocarril que lo cruza. Por encima, aunque no con la precisión actual, siempre pasaron aviones, pero ahora sobrevuela, con el tren de aterrizaje y en plena frenada, una aeronave casi cada minuto. Y la frecuencia llegará a uno cada 35 segundos.El colegio San Esteban fue la primera gran escuela pública de Coslada cuando el barrio, con el desarrollismo de los sesenta, acogía a los trabajadores de las fábricas adyacentes. Hoy enseña a 200 niños, repartidos en nueve aulas de educación infantil y primaria. Su director, Saturnino Sánchez Calle, afirma con insistencia que, aunque el ruido (un avión cada poco más de un minuto durante todo el día) obliga a parar la lectura y las explicaciones, "el nivel académico de los niños no es peor que en el resto de Coslada". También reconoce que tienen pocos niños -habría sitio para el doble, según el alcalde-, porque el barrio aloja a vecinos ya mayores y poca gente soñaría con la Estación para vivir. "Aquí, en los días de sol, los aviones dan sombra en el patio", comenta María del Mar García, maestra de tercer curso. Después matiza que los niños están "muy acostumbrados", y coincide con el director en que quizá todos hablen un poco fuerte, pero que están encantados con su colegio.
En el aula de los mayores, niños de 11 años exhiben amplios conocimientos sobre las diferencias entre los Boeing, sobre las horas a las que hay más ruidos, sobre cuándo hay que subir el volumen del televisor, sobre los aviones que les despiertan a la una de la madrugada y sobre las peleas ocasionales de sus padres por el ruido. En lo que no están tan de acuerdo es en dejar el barrio.
Esther dice que sus padres se pelean porque con las vibraciones se funden las bombillas. Ningún otro ha notado este impacto eléctrico, pero todos coinciden en que vibran los cristales y en que a veces se caen los cuadros. Su compañero Unai no lo ve tan grave, y replica que, si quieren ruidos de verdad, que vayan al huerto que tiene su padre al lado del aeropuerto.
A mano alzada, sólo la mitad querría cambiarse. Los favorables argumentan contra el ruido, las "pocas cosas" que hay en el barrio y lo bonita que será la casa nueva. Los contrarios no se fían -ellos o sus padres- de las promesas de nuevos pisos, y apostillan que están acostumbrados al ruido y que ya no les molesta. Esa desconfianza que transmiten es, según el director, una fiel fotografía de lo que opinan sus progenitores y de la ardua tarea que tendrán el alcalde José Huélamo y su equipo para, si logran que AENA asuma el coste del traslado, mover a los vecinos. Francisco Nieto Martín, extremeño de 60 años, llegó a la Estación hace 35 años y es un entusiasta del éxodo. Entró a trabajar en la fábrica de rodamientos SKF (ya cerrada) y a vivir en uno de los pisos que la factoría habilitó en el mismo polígono para sus empleados. Entonces, recuerda, pasaba un avión de vez en cuando. Ahora, desde el balcón de su casa, Nieto casi puede contar las ventanillas de cada avión que, marcando los minutos, roza su tejado. Cuando se prejubiló, se volcó en la asociación de vecinos, y defiende el plan del alcalde para trasladar el barrio "a la zona más bonita de Coslada". Debajo y enfrente de su casa hay "desde hace tiempo" varios carteles de "se vende".
"¿Cómo van a venir los jóvenes a vivir aquí si en verano, desde la cocina, vemos las luces de hasta tres aviones en línea para aterrizar? ¡Esto es mejor que el aeropuerto!", exclama con sorna. Pero mover a los vecinos, como reconoce el alcalde, exigirá convencerles "uno por uno", incluso si AENA asume el ambicioso plan de Coslada.
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