Continuidad de los parques
Le preguntaron a Antonio Muñoz Molina qué iba a pasar la tarde del jueves, cuando elegían sus colegas y él al sucesor de Fernando Lázaro para dirigir la Real Academia; lo que dijo no fue una profecía, sino un subrayado: Lázaro le ha dado su categoría intelectual, y además su esfuerzo; de pronto, aquella Academia que ganaba el respeto, la consideración, e incluso la conmiseración de la gente, se convirtió en una institución moderna, capaz de generar una expectativa ajena a las antiguas expectativas: antes se hablaba de la Academia por las polémicas que acarreaban sus sucesivas elecciones; la Academia dejó de ser eso y se hizo noticia por sus diccionarios, por sus sucesivas aportaciones al debate abierto en torno a la lengua; abrió sus puertas al público, y el público entendió que lo que aquellos señores hacían allí dentro no era tomar té -o whisky- con pastas, sino trabajar muy esforzadamente, y casi por ningún dinero, en diccionarios que van a preservar y aumentar la vitalidad del principal recurso cultural de cuatrocientos millones de hispanohablantes: la lengua, la lengua común que tantas veces nos desune.El último miércoles estaba sentado el cronista en un hotel de México, con un escritor colombiano, Fernando Vallejo, y éste dijo, sin que viniera a cuento: "¿Y usted conoce a Fernando Lázaro?" Sí, claro, quién no. "Pues yo uso El dardo en la palabra como si fuera mi Biblia". El espíritu con el que Lázaro aplicó su perspicacia al entendimiento de que es la gente la usuario / a de la lengua y a la gente hay que devolvérsela es el que ha estado detrás de la modernización pública de la actividad privada de los académicos. Y se diría que durante sus siete años de mandato ha dejado las cosas ordenadas para que ya desaparezca del todo, si no ha desaparecido suficientemente, aquel aire vetusto con que la Academia se aproximaba al público.
Dijo más Muñoz Molina en aquella respuesta: ojalá las leyes de la Academia permitieran que Lázaro siga. Pero como no lo hace, añadimos nosotros, es bueno que se produzca esa especie de continuidad de los parques que reclamaba Julio Cortázar para la vida y que instituciones así han de cuidar para que la labor no sea interrupta, sino perseverante. Por eso la elección de Víctor García de la Concha, que ha sido el secretario de la etapa de Lázaro, y que con él ha llevado a cabo esa labor socializadora de la Academia, es una noticia estimulante para los que creen que ese lugar tan sacralizado viva al calor de la gente y de los medios de comunicación; la Real Academia se ha convertido en los últimos años en un medio de comunicación que ha irradiado información y que ha permitido ver, como si estuviera sometida a un proceso de rayos X, interioridades que han permitido ver que acaso hay whisky, pero no sólo, en medio de esas discusiones que han puesto la lengua -la lengua española- en la conversación de la gente.
Los españoles somos muy dados a mantener en la vida los estereotipos; creamos el muñeco y luego no lo variamos, para poderle disparar mejor; ya es muy difícil regresar a la vieja imagen de la Academia, que ahora es una entidad progresista y viva, y Víctor García de la Concha no puede hacer sino impulsarla: la gente se pregunta de dónde saca el tiempo y la energía, y la capacidad diplomática, para estar en misa y repicando, pero tiene la experiencia de cumplir con ese cometido: estar en misa y repicando; ha sido un factor aglutinante de escritores jóvenes, a través de sus encuentros en Verines, y ha sido también un propulsor de lo que es hoy una incipiente edad de oro de la poesía española; su presencia como director de la Academia es una buena noticia para los más diversos segmentos de la vida cultural y literaria española, pues, como lo ha sido Lázaro, él es un hombre integrador: la votación lo muestra, y su talante lo representa.
Como buena noticia ha sido que Emilio Lledó sea el bibliotecario de la institución: es un hombre obsesionado por las bibliotecas, como estados reales, como establecimientos, y también como necesidades del hombre: cada hombre es responsable de su biblioteca, suele decir; es un promotor de la lectura, y es un hombre moderno, contemporáneo, que cree en el poder de la palabra para alcanzar en la vida el entendimiento de las posturas ajenas. En la vieja esencia liberal de la Academia, que él sea el bibliotecario supone un símbolo, un factor también de inteligencia en la institución. Una semana de buenas noticias para la lengua y para la lectura; la revista Leer, que maneja entre dificultades Aurelio Loureiro, perseverante periodista dedicado a la cultura, ganó con El ojo crítico de Radio Nacional el Premio al Fomento de la Lectura del Ministerio de Cultura. Hace falta subrayarlo: mucha gente está haciendo que se lea más, y eso hay que premiarlo, estimularlo. Unas palabras sobre el programa que dirige Eduardo Sotillos y sobre Sotillos: contra viento y marea, se ha mantenido en la radio estatal y es un ejemplo de perseverancia cultural. Y sobre Sotillos: ha pasado por todos los puestos posibles en la radio, y ha sido incluso un político. Como un roble, ha sido siempre un gran periodista; eso le ha permitido mantener la curiosidad y el entusiasmo. Eso se nota en él, y en su programa.
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