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La ¿nueva? vía

Andrés Ortega

La tercera vía es una expresión acuñada por el entorno de Tony Blair para definir ¿justamente qué? El concepto es muy británico, incluso anglosajón, y chirría un poco en la Europa continental, donde, si la idea es reconciliar mercado y Estado, acción pública y privada, competitividad y cohesión social, ya la han puesto en práctica muchos dirigentes en tiempos recientes, desde Helmut Schmidt hasta el último, François Mitterrand, y Felipe González, en una socialdemocracia española que lleva en una parte de sus venas, al menos como deseo, esa reconciliación entre el liberalismo y el socialismo que defendiera -en un mundo bien distinto, es verdad- un Indalecio Prieto o incluso, en su juventud, un Ortega y Gasset. El caso de Blair es muy distinto: viene de un país en el que durante muchos lustros han imperado los extremos, ya sea el viejo laborismo estatalista o el neoliberalismo insolidario del thatcherismo, por lo que hablar de una vía intermedia, que representa el Nuevo Laborismo, puede tener sentido. También puede tenerlo para EE UU, no sólo para acercar al mundo del Partido Demócrata a la izquierda europea, sino incluso para llenar un vacío entre el ya lejano new deal de Roosevelt y el radicalismo antiestatal del reaganismo.En el Reino Unido, el intento de impulsar la tercera vía puede también esconder la idea básica de Blair de ocupar, en términos de sociología política, el gran centro, para perpetuarse en el poder. Aunque en política los vaticinios son siempre arriesgados, Blair no lo tiene difícil, a la vista del derrumbamiento del Partido Conservador, por una parte, y por otra, de la posibilidad de unir las fuerzas de los laboristas y los demócrata-liberales, y crear así una constelación dominante. No parece fruto de la casualidad que la expresión tercera vía triunfe después de haber ganado las elecciones.

De momento, la tercera vía es un marco por llenar, un nombre de partida, una especie de ideología blanda. A pesar de su carácter abierto, como se refleja en el libro publicado por Blair (La Tercera Vía, EL PAÍS-Aguilar, 1998) e incluso su aspecto de puro eslogan, reconocido por el primer ministro, la expresión se nutre de una idea, aún no precisada, de vía dominante. Puede resultar oportuno recordar que uno de los mayores pensadores políticos alemanes de esta segunda mitad de siglo y, por desgracia, fallecido la semana pasada, Niklas Luhmann, consideraba elemento esencial de la democracia "la diferencia entre Gobierno y oposición".

Cabe el riesgo de que aspire a ser una especie de reedición del fin de las ideologías, sólo que esta vez no desde la derecha ni desde el viejo comunismo, sino desde ese gran centro que todos aspiran a conquistar. Desde Schröder en Alemania hasta los dos principales partidos en EE UU. Pues si Clinton ha sabido vender sobre todo simpatía y un mensaje centrista, los republicanos también se han alejado en los últimos meses de los extremos. El efecto de esta tercera vía de Clinton ha sido el acabar llevando a los republicanos hacia una política de consenso, expulsando de su cuerpo, por ejemplo, el mensaje y el personaje radical de un Newt Gingrich y defendiendo eso que en The New York Times se ha llamado el Gobierno (o Estado) de, por y para los acomodados, la cultura de la satisfacción de Galbraith.

La experiencia del Nuevo Laborismo es sumamente interesante, en cuanto a renovación de valores de la izquierda e incluso instrumentos para ponerlos en práctica. La expresión tercera vía desmerece a este intento. No refleja bien esa germinación de ideas del centro-izquierda que se está produciendo en su seno. Ahora bien, el enfoque de la tercera vía tiene una carencia esencial: Europa. En el libro de Blair -pese al mayor europeísmo de este primer ministro británico-, la dimensión europea tiene su mínima expresión. Sigue pendiente eso que en el prólogo considera Borrell "gobernar Europa", y no simplemente "gobernar en Europa". Con el euro a la vista, y frente a la globalización, hay que europeizar más la política. Ésa también es una nueva vía.

aortega@elpais.es

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