La Montaña vino a Mahoma
Si Casa Morales fuera un reino, su historia se contaría más o menos así. El rey Leocadio I llegó a Sevilla desde Valdepeñas en 1850 con un carro y unos pellejos de vino. Tuvo nueve herederos, pero sólo uno, Eduardo I, se hizo cargo de la bodega y tomó las riendas de la dinastía. Murió joven y entre los toneles gobernó con mano firme su viuda, Ángela, por lo que a esta monarquía de la calle García de Vinuesa se la llamó y hay quien la llama casa de la Viuda. Los varones recuperaron el trono en la persona de los hermanos Eduardo II y Leocadio II, nietos de Leocadio I e hijos de Eduardo I. Eduardo II murió, Leocadio II es un soltero de más de 90 años que todos los días abre la bodega y huye de las cámaras como del diablo. Siglo y medio después, el trono ha vuelto a manos femeninas. Reyes Morales, bisnieta del bodeguero manchego, 38 años, estudió Farmacia y expende recetas de vino tinto y montaditos. Reyes tiene un hijo de 8 años que se llama como su abuelo y su bisabuelo. "Eduardo Tercero, buen nombre para un tabernero", bromea un cliente de la bodega en la que un día fotografiaron a Catherine Deneuve. Casa Morales es una de las cinco bodegas centenarias que fueron homenajeadas en la Feria de la Tapa. Cada una es la historia de una aventura ciclópea en la que el azar y la necesidad se juntan en meandros alambicados. Historias que casi siempre arrancan en un montañés falto de recursos y sobrado de osadía. Es el caso de Nicolás Baena, 67 años, penúltimo dueño de la Bodega San José, que ahora regentan sus hijos Fermín, Nicolás y Roberto. Nicolás nació en la aldea cántabra de Ruiloba, patria chica de Rosario, su esposa, autora de unas famosas tortillas de patatas. El abuelo hizo las Américas en una mina estadounidense buscando su particular tesoro de Sierra Madre. Antes de la guerra trabajó en una naviera gaditana; requisaron los barcos para hacer cañones. Su hijo Nicolás llegó a la bodega con 12 años. No es bebedor: hace 10 años, con 58, corrió la maratón de Londres. El viaje de Joaquín González, propietario de la Bodega de San Lorenzo, fue más parco en kilómetros, no en aventuras. Nació en Triana, se bautizó en San Lorenzo, se casó con una macarena. El local se convirtió en bodega por la desamortización de Mendizábal con una escritura de compraventa firmada por un obispo. La especialidad de la casa es el vermú con sifón, un sifón que puntualmente le traen de una fábrica del Tiro de Línea. Muchas revoluciones y contrarrevoluciones han pasado por la historia de El Rinconcillo, fundado en 1670. Carlos de Rueda, uno de los siete hijos de un montañés, ha llegado hasta la séptima generación en su rebusca de datos. Delegó el negocio en sus hijos Carlos y Javier. Todavía le llaman al tinto de la casa coronel en recuerdo a un cliente militar, coronel de graduación, que lo pedía en vaso de agua. La bodeguita Entrecárceles es la única que no efectuó ninguna reforma desde su fundación. La placa la recibió Fernando Maenner, encargado del local. En recuerdo de Jovita, la popular tabernera, han patentado el vino Jovitus, un Rioja para uso doméstico. La ceremonia fue oficiada por Juan Carlos Alonso, coordinador de la Feria, y María del Mar Calderón, delegada de Turismo, que hizo un recorrido biográfico por las cinco centenarias tabernas -793 años de historia- coincidentes con calendas de noviazgo, clandestinidad y primeros años de bufete y abogacía. Tabernas que junto al vino y las tapas guardan "el alma y el patrimonio de la ciudad".
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