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Una lenta agonía

El Herald Tribune recogía ayer el testimonio de algunos afectados por el envenenamiento de Bangladesh. Como el de Pinjira Begum, de 25 años, que hace un mes se enteró de que la muerte lenta que la consumía desde hace años no era algo raro en Bangladesh. Otros ciudadanos se consumían por la fiebre, las manos y los pies deformados. Se lo explicaron los médicos cuando le comunicaron lo enferma que estaba. La noticia de que su desgracia era compartida no consoló a esta madre de tres niños.Belal Hossain, de 17 años, sufre daños neuronales por el arsénico. Su madre murió el 25 de septiembre y ahora el joven se pregunta cuándo le llegará el turno. Algo que no hace Salim Uddin Mondal, que vive en Bilkeda, en uno de los distritos más afectados por el envenenamiento. Su pozo está contaminado y lo sabe, pero tanto él, como su mujer y sus siete hijos, siguen bebiendo el agua que sacan de él. Aunque el arsénico ya ha desfigurado sus manos, este granjero no está dispuesto a renunciar a uno de los pocos signos de prosperidad que posee. El pozo.

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