"Sólo querría pasar a la historia como una buena persona"
Una obra de Buero Vallejo vuelve a ser montada por un teatro nacional después de 42 años. El nuevo montaje de La Fundación, producida por el Centro Dramático Nacional y dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente, se estrena el próximo día 17 en el teatro Campoamor, de Oviedo, pero Buero no estará allí, en la que será su primera ausencia en un estreno de una comedia suya. El académico, premio Cervantes y premio Nacional de las Letras, no se encuentra, a sus 82 años, con fuerzas. Una crisis en su enfermedad pulmonar le mantiene semirretirado.Pese a las tablas adquiridas, el dramaturgo no puede ocultar su miedo ante el próximo estreno: "Todo puede ocurrir. Puede que al público no le guste nada y tenga razón o que no la tenga, porque me pongo en lo peor y no me fío nada del éxito", dice mientras toca madera, porque no sólo piensa en el estreno de La Fundación, que cuenta con un reparto de 11 actores, entre los que destacan Juan José Otegui o Héctor Colomé, sino en su última obra, Misión al pueblo desierto, escrita en condiciones físicas no muy buenas, que se estrenará en febrero, dirigida por Gustavo Pérez Puig.
Buero Vallejo recibe en casa, ataviado con impoluto pijama y coqueto batín. El escritor aclara que se encuentra débil para otra cosa y apenas sale ya de su refugio. "Es un cambio de la vida, quizá fatal, no lo sé, pero estoy en una decadencia personal que puede ser la definitiva o pasajera. Ya veremos". Su voz está más apagada que otras veces, pero sus ojos están más inquisidores que nunca y su cabeza salpicada de retranca e ironía. Su mujer, la actriz Victoria Rodríguez, dice que no está enfermo, que lo que tiene son achaques por la edad. Y él apostilla: "El cumplir años me ha servido para envejecer, ésa es la única verdad. Me encuentras hecho una birria, lo que no hace que tenga otra mirada sobre la realidad, sino la misma más variable y dudosa, tan dudosa que me ha permitido volver a fumar".
Durante toda una vida el dramaturgo ha sido gran aficionado a los cigarrillos, y en las últimas décadas a las pipas, vicios que abandonó definitivamente hace escasos años y a los que ha vuelto hace poco más de un mes. "Qué más me da durar un año más. Yo me suicido lo más despacio que puedo, pero ahora vuelvo a este placer, uno de los más grandes que el hombre tiene, mayor incluso que otros más intensos", reflexiona el autor de Historia de una escalera. El tabaco, recoce, le ha ayudado a escribir y a vivir.
La Fundación, que para este montaje contará con escenografía del arquitecto Óscar Tusquets, es una obra montada sobre la base de la rebelión contra el poder establecido. "Como soy muy vanidoso, me gusta creer que el mensaje continúa vigente, aunque las circunstancias hayan variado, porque siempre hay en la sociedad motivos de sorpresa y de irritación, y esto pasa igual ahora que en tiempos de Quevedo", aclara el autor al referirse a una obra que estrenó en 1974, un año antes de morir Franco.
En La Fundación, Buero Valleno se enfrenta de lleno contra aquellos que intentan imponer un pensamiento único, aunque él mismo reconoce que durante años ha sido hombre de ideas inamovibles. "Ahora soy hombre de pensamiento dialéctico y más bien plural, he matizado mis puntos de vista, aunque no los haya variado", asegura al referirse a una forma de pensar que le llevó, durante el franquismo, a pasar por la cárcel. Durante años, Buero ha representado lo que podría denominarse como una actitud crítica. "Mi postura ha sido básicamente la misma. Desde mi punto de vista me defino como un disidente, pero no vocinglero".
Con humor más de una vez, el dramaturgo ha recordado que él pasará a la historia como el retratista de Miguel Hernández. El retrato que el escritor le hizo al poeta alicantino en la cárcel se ha reproducido insistentemente, y es que Buero, antes que dramaturgo, fue dibujante y pintor. "Hay ironía en mi afirmación, pero no es ninguna tontería; por lo demás, yo sólo querría pasar a la historia como una buena persona".
Una de las constantes en el carácter de Buero Vallejo es la crítica ante todo. "Soy un gran insatisfecho, porque pertenezco al grupo de los exigentes; me parece que la vida actual del mundo, y de España, es lamentable, una vida poblada de las peores barbaridades que el hombre puede llevar a cabo. El esperado siglo XXI no se presenta bien, estamos demostrando una vez más que el ser humano es un desastre".
Sin arreglo
Lo peor de todo es que el dramaturgo no ve posibilidades de arreglo. "No sólo hay que constreñir a la sociedad a que mejore, sino que hay que instar a todos y cada uno de nosotros a ser mejores, lo cual vuelve a poner en marcha la conveniencia de prestar atención a las instancias éticas, y no sólo a los resultados sociales".Mientras desde el mundo de la filosofía se está lanzando la idea de que el concepto de Dios está agotado, Buero, que manejó en su juventud esa teoría firmemente, no lo tiene tan claro ahora. "Tengo mis dudas, no es que haya vuelto a la religión, pero tampoco he permanecido en el absoluto agnosticismo y ateísmo en el que me situé en otras ocasiones". Los años le han despojado de certezas y le han llenado de dudas: "Esas dudas no llegan a destruir las convicciones antiguas, pero las ponen entre paréntesis; no hay ninguna certeza absoluta que permanezca en mí con el paso de los años".Una vez más habla de la función social del teatro: "El escritor, y de manera especial el dramaturgo, viene a ser un poco una parte de la conciencia de la sociedad; por eso algunas veces se le denigra, pero eso sólo es una parte de su labor, porque lo primero que debe hacer es arte".
Babelia
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