María Moliner

Ha sido muy oportuno y muy bello el recuerdo y la semblanza que José María Guelbenzu ha trazado de doña María Moliner en EL PAÍS. En la segunda mitad de los años sesenta apareció su Diccionario de uso del español, que decididamente quiso ser un diccionario "de uso", es decir, útil lo mismo para descifrar mensajes y entenderlos que para construirlos y cifrarlos: en esta doble finalidad radicaba la importancia y la originalidad del trabajo que tan hercúlea y tenazmente había sacado adelante doña María. Su obra constituía un instrumento para guiar en el empleo de la lengua.La relevante lexicógrafa se había formado en la Institución Libre de Enseñanza, y es uno más (según dice Guelbenzu) de los nombres de relieve en cualquier ámbito de la cultura española que hay que adscribir a la tradición de esa corporación modélica en varios aspectos: recuérdese el hecho de que en la Junta para Ampliación de Estudios, tan llena del espíritu institucionista, estuvieron lo mismo Ortega y Gasset que Menéndez Pidal, y que a Menéndez Pidal se le reprochó de manera explícita en la posguerra su "institucionismo".

No se conoce aún el trabajo de puesta al día que la benemérita Editorial Gredos ha llevado a cabo en el Diccionario de uso del español, pero, en todo caso, nos hallamos ante una obra que nunca ha dejado de estar al día y de tener utilidad, precisamente por ese carácter de instrumento para construir mensajes o de guía de uso que quiso darle la autora. Por otra parte, todo lo que se sabe de doña María apunta hacia una calidad moral y personal ejemplares.

Actualmente, la Real Academia se encuentra empeñada en una reforma bastante detenida de su Diccionario, y de la misma cabe esperar buenos resultados; en definitiva, tanto el diccionario de doña María Moliner como el nuevo de la Academia resultarán necesarios y compatibles, pues estamos ante dos obras que tampoco tienen exactamente el mismo propósito ni la misma configuración técnica.- Catedrático de Teoría de la Literatura de la UNED.