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El Louvre muestra pinturas mortuorias del Egipto romano

Los egipcios inventaron la momificación para conservar para la eternidad la identidad física del difunto. La identidad social del viajero se aseguraba a través de los numerosos objetos que éste llevaba consigo a la tumba. Los romanos le añadieron al culto funerario la obsesión por la imagen. Sus féretros los coronaban con maderas pintadas en las que aparecía retratado el muerto, unas imágenes de serenidad, sin tristeza, pero también sin alegría, como si se tratase de reflejar en el rostro la idea misma de eternidad. El Museo del Louvre propone, hasta el 4 de enero, una formidable exposición de más de 30 retratos acompañados de un centenar de objetos mortuorios.La mayoría del material expuesto -cedido por 14 museos franceses y cuatro británicos- fue hallado en el valle de El Fayoum, cerca de la ciudad de Crocodilópolis, y está todo él datado entre los siglos I y IV después de Jesucristo; es decir, entre la muerte de Cleopatra y la romanización de Egipto y la imposición del cristianismo como religión de Estado por Teodosio.

Lo cierto es que los retratos sorprenden por su calidad técnica, pero también por su modernidad. La mayoría son frontales, pero abundan los escorzos. Las miradas interrogan directamente al espectador, que en muchos casos sabe cómo se llamaba el difunto, pues los romanos aportaron también al ritual funerario la obsesión por el nombre, por su preservación. De ahí que éste figure inscrito en la madera del sarcófago, en las máscaras de estuco y resina, en las estelas funerarias en el Libro de las respiraciones o en las bandas de lino con las que se envolvía el cuerpo. La momia de Padiimenipet, que también puede verse en el Louvre, estaba recubierta, tal y como recuerda su descubridor en 1823, el egiptólogo François Caillaud, por "380 metros de bandas de dos a tres pulgadas de ancho, que fuimos desenrollando. Con ellas, la momia pesaba 106 kilos". Y por todas partes, en escritura demótica, jeroglífica, hierática y griega, ese nombre de poderes mágicos.

El oro es el otro gran protagonista de la exposición, ese oro que simboliza la inmortalidad pero que está en el origen de la destrucción de la mayor parte de las tumbas.

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