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Tribuna:HOMENAJE A BRECHT
Tribuna
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Una proclama libre y perdurable

Hay cosas que dejan perplejo: que el mensaje de Brecht, proclama o mitin, indeleble y actual, sea el monumento con el que la Comunidad de Madrid, del PP, inaugure su Festival de Otoño -el pasado lunes en el Teatro Albéniz-, se puede interpretar de varias maneras. Una de ellas es que el enemigo ya está muerto: ya está expulsado de Europa, los últimos intelectuales comunistas se esconden o cambiaron de hábitos, o forman gobierno capitalista en Italia; los "libros negros" circunscriben el gran suceso a unas matanzas terribles, los últimos representantes -Milosevic, Castro- están cercados y amenazados, China crece dentro de un comunismo de libre mercado y capitalismo. Ya puede predicar libremente Brecht: es el pasado que no vuelve. Quizá Mario Gas, -organizador de este gran monumento trepidante, veloz, excelentemente dicho, muy bien seleccionado- nos lo aproxime: lo que se denuncia está pasando, y se ven transparencias de negros huyendo. Ah, el mal se ha exportado. Quizá se pudieran poner escenas de chabolas madrileñas, de los barrios a tiro de metro donde la esperanza de vida al nacer es de 25 o 30 años menos que en mi barrio. Bueno, no hace falta. Y si hace falta, no es elegante. Lo mismo da: haga cada uno la transposición que pueda o quiera o sepa. Otra interpretación: el valor literario de un hombre que escribió dramas, musicales, canciones, versos con una calidad extraordinaria.Reinventó el arte teatral. La celebración de sus cien años ayuda a que la evocación no se considere política: a los centenarios se les acepta todo. O sí es política: pero ya innecesaria. Se puede aderezar esta interpretación con la acusación de que es demagógico, pedagógico, sermoneante, y que generalmente el teatro no admite eso cuando quiere ser artístico. Pero esta es una modalidad de juicio que corresponde a una época decretada como tranquila y satisfactoria. En otro tiempo, cuando Bergamín -¡otro rojo!- decía que el teatro era poesía a gritos, se entendía mejor. Hacían falta los gritos. En medio de este siglo se produjeron unos encuentros, unas situaciones, unos enfrentamientos de clases sociales en Europa: no fue sólo la revolución rusa, sino que también lo fue la guerra mundial como guerra civil, y el nazismo como contrarrevolución, y los golpes locales -como el de España- que claramente enfrentaban unas clases explotadas con otras explotadoras; y Brecht estaba con las primeras. Pertenecía a ellas: era judío, era comunista, huyó por Europa, se refugió en América gracias a que entonces presidía Roosevelt y a la alianza con la URSS. Es difícil que cuando a un hombre y a los suyos -de definición, de raza, de adscripción política- a los que pasa esa tragedia y son asesinados en masa puedan ser, además, acusados de demagogos porque lo denuncian y se defienden. Pues pasa ahora.

Pero todo este homenaje, este monumento presidido por su efigie, este ramillete dorado de los mejores actrices y actores de España que se reúnen por un solo día, sería imposible si fuera uno de los muchos escritores sociales, comunistas o no, que presentaban sus obras en aquel tiempo, hasta en España. No es uno de entre muchos: es un talento excepcional, una concepción de la poesía dramática, un sentido épico y al mismo tiempo epigramático, con la palabra tan hecha por dentro, que es donde está el verdadero idioma, que ha podido pasar por todas las traducciones del mundo y seguir fresca y nueva, como ha sonado en la inauguración del Festival de Otoño. Revela un gran escritor; también un hombre de teatro que buscaba un sentido distinto a la escena y que introducía los elementos de la vida diaria; y que era capaz de estar rodeado por músicos, cantantes, actrices, que entendían su mensaje y lo traducían. Ha pasado por todos los riesgos: el de sus imitadores, el de los que han exagerado el sistema del "distanciamiento", los que le han caricaturizado. Y ha ganado a todos. Su nombre, al frente de un programa de teatro muy coherente y muy bien elegido para este Festival de Otoño, está perfectamente elegido. Y el público recibía enteramente la proclama.

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