Un narrador con espíritu de poeta
En el cuadro de la reciente narrativa portuguesa, el nombre de José Cardoso Pires (1925) ha ocupado un espacio específico. Ocupación más difícil de lo que suele parecer desde la perspectiva española, que ha reducido esa narrativa a unos cuantos nombres, que son los más conocidos aquí: Aquilino Ribeiro, Miguel Torga, Vergílio Ferreira -ambos desaparecidos en fechas relativamente próximas-, José Saramago -omnipresente en nuestras letras-, Fernando Namora, António Lobo Antunes o Agustina Bessa-Luís, además del propio Cardoso.Pero este cuadro es muy exiguo, y para ser más o menos completo, habría que agregar los nombres de narradores como Almeida Faria (editado en Alfaguara con su problemática Lusitania), Fernando Dacosta, Manuel Alegre, Mário Claudio, Mário Carvalho, Americo Guerreiro de Sousa y Paulo Castilho, y los femeninos de Lidia Jorge (editada en Alfaguara: La costa de los murmullos, Noticia de la ciudad silvestre), Maria Velho da Costa, Maria Isabel Barreno, Teolinda Gersao, Maria Gabriela Llansol, Luisa Dacosta, Hélia Correia o Helena Marques. Aunque mezcla promociones, esta relación, apoyada por escrituras muy diversas, sí guarda evidentes conexiones con la sintonía entre aquéllas y el rumbo de la sociedad portuguesa, mucho más agitado y cambiante en el siglo XX de lo que a veces se piensa desde fuera.
Cardoso Pires -novelista, narrador, ensayista, cronista, dramaturgo- es el autor, sobre todo, de la Balada da praia dos cães (Balada de la playa de los perros, Seix Barral), una impresionante novela, que fue llevada al cine, sobre el salazarismo y la represión y que ha sido la que le ha dado mayor fama internacional. Pero no conviene olvidar otras novelas como O delfim (El delfín) y Alexandra Alpha (Circe). Maestro del cuento y de la novela corta, se le debe a Cardoso esa pieza mágica que se titula Celeste & Làlinha, todavía accesible en las librerías españolas (la publicó Alianza).
El último libro, que yo sepa, publicado en España del escritor es el delicioso Lisboa. Diario de a bordo. Voces, miradas, evocaciones (Alianza, 1997), que es una maravillosa guía de la capital portuguesa. De una Lisboa secreta, para iniciados, secreta pero no esotérica, que tiene un lenguaje para sus amantes. Así, como un amante, se dirige el autor a la ciudad: "Apenas amanece, te me apareces posada sobre el Tajo como una ciudad que navega". Está escrito este texto admirable con acento de narrador, pero con espíritu de poeta -no por azar se incluye un poema de Ferlinghetti- y es, al cabo, una suerte de magnífico poema en prosa. Por eso, Cardoso habla de la "sintaxis" de la ciudad, una ciudad construida sobre la ironía, y rememora su historia y su vida literaria con tal poder de evocación que la Lisboa de este siglo acaba casi pareciéndose al París de la segunda mitad del XIX. No hay idealismos neorrománticos en esta visión; hay, lo cual es bien distinto, amor por la realidad, aunque ésta sea una realidad ardua, no inmediata, que debe ser descifrada. El escritor se adentra así por sus equívocos y sus máscaras, por su condición de "pueblo de muelles y fado que cabalga sobre un demonio complaciente".
Lisboa es realidad, pero también ficción. De ahí que Cardoso adelante hasta su texto al personaje de una de sus novelas, Sebastião Opus Night, criatura excéntrica donde las haya, criatura de la noche que no entiende el auténtico cromatismo, tan inaprensiable por otra parte, de la ciudad. Una ciudad de viejos (de suicidas, la llamó Tabucchi, a quien se cita), de bestiarios burlescos esculpidos en piedra; la ciudad del Chiado y de Pessoa, herida todavía por el fuego del incendio de los años ochenta; ciudad también de flores ocultas y de piedras ilustradas por pájaros, además de por exornos florales. Plural, cambiante, polisémica Lisboa. Leído o releído el libro en esta hora oscura, casi se diría un testamento. Un magnífico testamento.
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