Somos
Dicen que la alegría en casa del pobre dura poco, y la experiencia nos ha enseñado que así es; por eso estamos ahora haciéndonos a la idea de que Augusto Pinochet se va a librar de la justicia. Lo que nadie podrá arrebatarnos, porque eso ha echado a rodar irremisiblemente ante nosotros, como ocurre con los procesos históricos inevitables, es que la Verdad, de nuevo y con mayúsculas, ha salido a la calle. Que han caído, acá en España como allá en Chile, las máscaras. Que volvemos a ser lo que somos y a defender lo que defendemos. Aquí: los contrarios a la detención del canalla, apenas camuflados por argumentos económicos o por el reclamo de exigir que también detengan a Castro (pónganle un pleito, y que prospere: ojalá); los favorables, con la gloria en los ojos. Esa gloria que se echó en falta en las miradas de los líderes latinoamericanos reunidos en Oporto, tan demócratas y tan respetuosos con los tiranosaurios.
Allí: un país dividido, sí, pero sin esquizofrenias. Y una transición mal hecha (no comparen con la nuestra: en la suya no hubo benditos traidores al antiguo régimen; su indulto fue sólo para los malos; no, ningún Gobierno purgó y modernizó el Ejército como aquí lo hizo el socialista). Una transición controlada, vigilada, amenazada. Compadreada. Con un senador vitalicio al que busca la justicia democrática. Y con unas Fuerzas Armadas siempre dispuestas a hacer valer el estado de tensión: ¿qué van a hacer ahora? ¿Bombardear Londres o Madrid? No: sólo fueron valientes para exterminar chilenos.
No me hable de extraterritorialidad, señor Frei. Bien que nos llamó su Democracia Cristiana, junto con los otros partidos políticos, y estuvieron en su derecho, a los periodistas y observadores extranjeros cuando se trató de presionar para sacar a Pinochet del poder.
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