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Reportaje:

Las dimensiones de la acera

La anchura mínima para una acera es de dos metros, asegura el informe de la Diputación barcelonesa. Con estas dimensiones, los viandantes pueden cruzarse adecuadamente con una silla de ruedas o con una persona que lleve el cochecito de un niño. Pese a ello, los autores recomiendan dotar estos espacios de medio metro más para que pueda ser ocupado por la señalización del tráfico y en previsión de que algunos conductores sigan aparcando sobre la acera. A lo largo de todo el texto, pese a la diversa autoría, late la evidencia de que, poco a poco, los coches se han adueñado del espacio de las personas. Hoy, en los barrios tradicionales de Barcelona y de otras ciudades, donde las callejas no son especialmente anchas, el coche es una plaga y, lo que es más preocupante y el informe también apunta, el conductor, que ha soportado incomodidades sin cuento a lo largo del trayecto, acaba teniendo un comportamiento agresivo hacia el resto de la humanidad y otorgando a la máquina derechos que no concedería a otros seres humanos, entre ellos el de ocupar el espacio público en beneficio privado. Todo ello ha hecho que la calle perdiera multifuncionalidad. Las calles y plazas representan entre un tercio y un cuarto de la superficie urbana y la principal porción de espacio público. Un espacio disputado por gente que vive en la contradicción de tener que moverse, movilidad que el automóvil favorece, convirtiéndose en símbolo de libertad y percibir cómo se degrada la seguridad, cómo se entorpece la propia posibilidad del desplazamiento y se corroe la calidad de vida, afectada por el ruido, la contaminación atmosférica y la falta de espacio para los usuarios que no están motorizados.

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