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¿Debe existir el Nobel de Economía?

Joaquín Estefanía

El pasado año se reprodujo una vez más la cuestión de si debía existir el Premio Nobel de las Ciencias Económicas. La concesión de tal galardón no figuró en el testamento de Alfred Nobel, sino que fue instituido 67 años después de los demás, en el año 1968, para celebrar el 300 aniversario del Riskbank, el banco central sueco. Los oponentes al Nobel de Economía argüían la alta contaminación ideológica de los galardonados ya que, cada vez con más frecuencia, estos premios iban siendo monopolizados por representantes de las diversas escuelas del liberalismo económico. Hombre, estadounidense y de la Universidad de Chicago: así ha descrito Milton Friedman, uno de sus más famosos representantes, el fenotipo del Nobel de Economía. El profesor Jiménez Aguilera, al prologar hace dos años un libro sobre este premio, lo resumía así: "Un gran porcentaje de los 38 galardonados, concretamente 24, son de nacionalidad norteamericana, en muchos casos vinculados a Chicago. Si Cambridge y Viena fueron el escenario del progreso científico de la economía desde finales del siglo XIX hasta 1940, Chicago ha recogido el testigo a partir de los años treinta, de la frenética actividad en el desarrollo de la ciencia económica".La polémica sobre la existencia del premio ya había sido abordada 20 años antes. En 1977, Gunnar Myrdal, que tres años antes había compartido el galardón con Hayek (un socialista y un liberal), hizo un llamamiento para que fuese abolido, ya que la Economía era una ciencia muy maleable, esto es, una ciencia inexacta, cargada de valores sociales y políticos, en contraste con la Física o la Química. Desde entonces, algunos economistas han añadido a estas críticas la de otorgarlo, con extrema frecuencia, a economistas especializados en modelos matemáticos, distorsionando lo que es más importante de esta ciencia social. Seguramente, la presencia de dos Nobel -premiados por sus investigaciones sobre la formación de precios en los mercados de instrumentos financieros derivados- en la línea ejecutiva del intervenido hedge fund Long Terme Capital Management, las habrá acentuado. El Nobel de 1990 Merton Miller declaró en 1994, con complejo de superioridad, que "un tipo como Galbraith no puede ganar el Premio Nobel porque no es en realidad un economista profesional, sino una especie de filósofo social o no sé qué. No escribe en nuestras publicaciones...". La Academia Sueca ha desoído este año afortunadamente estas admoniciones y ha concedido el Nobel de Economía a Amartya Sen, al que puede calificarse con toda propiedad de "filósofo social", además de economista, sin ninguna connotación despreciativa.

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El indio Amartya Sen gana el Nobel por sus trabajos sobre el bienestar
El galardonado destaca el papel económico de la democracia

Amartya Sen estuvo el pasado año en España para recoger el Premio Internacional Catalunya, que otorga el Instituto Catalán del Mediterráneo. Entonces ya se le describió como "la conciencia de los economistas". Con su presencia en el pódium de Estocolmo, una corriente de aire fresco, un nuevo lenguaje, otras preocupaciones vuelven a la más alta academia. Sen ha estudiado, sobre todo, los problemas de la desigualdad y el subdesarrollo. Para este economista indio la democracia no es un lujo en relación con el crecimiento económico, sino que mejora la eficiencia económica y el bienestar de la población. El crecimiento económico necesita equidad, y ésta sólo es posible con democracia.

Sen opina que los países con dictaduras no tienen tanta eficacia como las democracias; y si fuesen más eficientes -éste es el corolario- no estaríamos dispuestos a valorar la democracia en términos instrumentales y a juzgarla por sus consecuencias sobre el rendimiento de la economía. En uno de sus libros más conocido, Sobre ética y economía, estudia la relación entre los sistemas políticos y el subdesarrollo, las libertades y el hambre. "Donde hay libertad de expresión no hay hambre", afirma. En un artículo publicado en 1992 en la revista Claves (número 28), titulado ¿Puede la democracia impedir las hambrunas?, responde afirmativamente a esta pregunta.

Tras la alegría de Saramago, la de Amartya Sen.

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