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Tribuna
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Gracias, Vaticano

Manuel Rivas

Una vez más, nuestra amantísima Iglesia vaticana no nos defrauda y, en pleno desconcierto de la crítica laica, indecisa en el tanatorio donde se vela a la novela, ya que duda si la difunta está fingiendo, pues va ella y con dos admoniciones la resucita. ¡Maldito Saramago! O sea, pecadores: ¡leed a Saramago! Si el pobre hombre es comunista, y encima recalcitrante, ¿ a qué vienen los del Nobel a meternos esta incómoda brizna por el ojo? Ya con anterioridad, en Portugal, un ministro monaguillo, por supuesto de Cultura, quiso cerrar el paso a O evangelho segundo Jesus Cristo. A eso se llama dar en el clavo. La obra de Saramago rebosa carnalidad. Es decir, es demasiado humana. Incluso demasiado cristiana.Frente a la idea de la literatura como un ejercicio escolástico o pirotécnico, un personaje del Ulises de Joyce expone certera medida: lo importante es la profundidad de vida desde la que se escribe. El viaje literario de José Saramago va en esa dirección de sonda. En un mundo de peter panes con miedo a envejecer, él mismo se define como un escritor tardío, una uva pasa. Ironía. Antes de la epifanía narrativa de Levantado do chão (1980) hay toda una exploración sensorial y poética, una biología del alma donde se van enhebrando los sentidos externos e internos. El oído y la memoria, la mirada y la imaginación, el olor y la melancolía. Es en Levantado do chão, en el suelo del Alentejo, donde germina ese estilo singular, una voz nueva que semeja ser tan natural como el recuerdo y la rebeldía en el corazón del hombre. Sin plegarse a la moda o a la tradición clónica, esa voz de Saramago ha ido adquiriendo el áurea de un clasicismo carnal, un pálpito indómito, el lenguaje del dolor y del gozo, que fluye por los entresijos del ruido y la furia del engranaje histórico. Y ése es el sello de Memorial do covento y de O ano da morte de Ricardo Reis.

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No sería lícito trazar una línea divisoria, por más que fuese condescendiente, entre la obra y las ideas que defiende el autor sobre el mundo de hoy. En la deriva histórica, la figura de este "comunista recalcitrante", en la amonestación vaticana, tiene el perfil honesto de un "resistente incondicional". Su obra traza el camino inverso al de la abstracción y el partido en el que milita el escritor es el del individuo que no renuncia a sentir y a ver con la propia mirada. Desde esa progresiva profundidad de vida nos hablan Ensaio sobre a cegueira y el último Todos os nomes.

En realidad, no tiene sentido preguntarse quién fue antes, si el luchador o el escritor. Una vez apostada la cabeza, y tal como decía Albert Camus, "no es la lucha lo que nos obliga a ser artistas, sino el arte el que nos obliga a ser luchadores".

Gracias de nuevo al pispante vaticano por iluminarnos el camino hacia la escalera de incendios.

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