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Tribuna
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La ética como principio creativo

Supongo que la frase que más sonará estos días será la de que por primera vez se le concede el Nobel a un escritor de lengua portuguesa. Pero este resumen noticiero o mediático guarda escasa relación con otras y más profundas realidades. Saramago es, sí, a partir de ayer el primer premio Nobel de una literatura que cuenta con una espléndida tradición, desde la lírica galaico-portuguesa medieval pasando por Luis de Camoens y Gil Vicente, siguiendo por Antero de Quental, Castelo Blanco y Eça de Queiroz, hasta llegar a Fernando Pessoa, sin olvidar los buenos escritores que con posterioridad ha dado la literatura portuguesa: Miguel Torga, Vergílio Ferreira, Fernando Namora, José Cardoso Pires, António Lobo Antunes o Agustina Bessa-Luís, más o menos coetáneos de Saramago, o el poeta Eugénio de Andrade, por no referirnos a la abundante y sugestiva nómina actual. Todo esto sin olvidar la importante literatura brasileña, donde fulgen nombres como los de Euclides da Cunha, Machado de Assís, Carlos Drummond de Andrade, los poetas concretos encabezados por Haroldo de Campos, más João Cabral de Melo Neto, Guimarães Rosa y Jorge Amado. De manera que la Academia sueca lo primero que ha hecho con esta decisión es quitarse el pelo de la dehesa que suponía desconocer en su relación de galardonados a una de las ineludibles literaturas de Occidente.Por lo demás, la obra de Saramago está perfectamente divulgada en España y el escritor, unido a nuestro país por vínculos diversos, incluido el territorial de su residencia en Lanzarote, ha hecho popular su figura entre nosotros, donde algunas de sus obras han alcanzado repercusión sobresaliente. La Academia no ha concedido esta vez su premio de literatura a un escritor extranjero. Pepe Saramago es, en cierto sentido, uno de los nuestros, aunque sea, sobre todo, portugués.

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Bibliografía esencial

El autor de El año de la muerte de Ricardo Reis ha sido un escritor tardío. También lo fue Cervantes. Su verdadero comienzo como escritor se produce con su Manual de pintura y caligrafía (1977), novela que ya contiene sus ideas poéticas y éticas fundamentales, para desarrollarse después en expansión sistemática hacia distintos pero convergentes núcleos de significación, que se sustentan todos en una común cosmovisión: una ética de izquierda, comprometida, de raíz marxista, que, sin embargo, nunca se deroga en las insuficiencias expresivas históricas de algunos discursos socialrealistas. De esa raíz ética deriva, a mi juicio, uno de los grandes vectores de la obra de Saramago: la condición coral, colectiva, de sus novelas, que rara vez se recluyen en orbes estrictamente individuales. Hasta cierto punto cabría decir que Saramago es el último escritor comprometido, pero que nadie tome esta frase como falsilla periodística. Comprometido, sí, con la historia, con todos aquellos que la sufren, pero comprometido en primer lugar con la literatura. Alzado del suelo (1979) es la mas contundente de sus novelas de contenido social, y narra con maestría la historia de una familia campesina del Alentejo desde los inicios del siglo hasta la revolución de los años setenta. Memorial del convento (1982) proyecta la crítica política y social hacia atrás, hacia el delirio cruel, ignorante y oscurantista del barroco portugués. Fue un éxito mundial, al que siguió otro también clamoroso, El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), homenaje a la grandiosa obra de Pessoa y a uno de sus heterónimos, que es, a la vez, la crónica de la primera Lisboa salazarista con el paisaje de fondo de la guerra civil española.

Vino después la declaración de iberismo de Saramago y su disidencia del rumbo europeísta de los pueblos peninsulares con La balsa de piedra (1986), deliciosa de configuraciones y episodios, al margen del núcleo doctrinal. Esta etapa de revisión crítica de la historia culmina con la Historia del cerco de Lisboa (1990), concebida como una enmienda de la poesía de la narración a las mistificaciones de la historia. Se abrió luego lo que cabe llamar el ciclo alegórico de Saramago, que eleva sus preocupaciones a niveles más categóricos. La primera obra de este ciclo fue El evangelio según Jesucristo (1991), diatriba contra el totalitarismo cristiano, y le siguieron Ensayo sobre la ceguera, fábula sobre la peste -la peste de la alienación, del individualismo- y Todos los nombres (1997), alucinante incursión por el mundo de las burocracias funerarias y dura acusación contra el uniformismo del capitalismo poscomunista.

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