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Viene el lobo

ESPIDO FREIRE Con los fríos han llegado los primeros lobos; atraviesan Castilla, y dan caza a rebaños de ovejas y cabras, a las que encuentran, malheridas o ya muertas, los furiosos ganaderos. Como en los tiempos en los que los lobos resultaban una amenaza para el hombre, los dueños montan guardia y se proponen acabar con las fieras, y se quejan de la poca ayuda de que disponen para defenderse de las pérdidas. Protestan las asociaciones ecologistas, y protestan los castellanos, en cuya tierra los lobos son especie protegida. ¿Qué será de los lobos si los destrozan por alimentarse? ¿Qué será de nosotros, dicen los otros, si acaban con las ovejas? Las dentelladas de los lobos son tremendas y no perdonan: no se limitarán a matar un animal si el resto del rebaño anda cerca. Eso queda para los leones, que regulan de forma moderada su dieta. Pero leones, al menos desde tiempos del Cid, quedan más bien pocos en la península, y en cambio, lobos, si bien pocos, deben quedar. Curiosa situación ésta, que trae a la mente otras similares, o inversas, casos en los que los de fuera ven lobos y los que habitan estas tierras, especies protegidas. Sin embargo, algunos de los nuestros (más activos, o más cuidadosos de nuestras propiedades, eso se les debe reconocer), defienden con mimo a los pobres lobos indefensos, a los seres que la mala prensa ha hecho creer que son capaces de devorar a Caperucita y a su abuela, si se ponen a ello, cuando en realidad, sólo defienden su territorio, por lo que, sin duda, se les debería tener en consideración, y no mirar de entregarlos a las autoridades extrañas. ¿Qué sería de nosotros sin lobos? Terminaríamos como los leones, extinguidos por batidas y cazas malintencionadas. Protestan los que han recibido las dentelladas de esos lobos, y protestan los castellanos, que opinan que no debería existir piedad para esas fieras. Sin embargo, cuando se desea, resulta sencillo negarse a escuchar las voces discordantes. Lobos, lobos... ¿Y qué? ¿Es de la ganadería de lo que vive el país? ¿Importan realmente tanto unas pocas ovejas? Bastará con extremar las medidas de seguridad. Protejamos a las ovejas con perros guardianes... y que collares con pinchos rodeen sus cuellos. Alguno morirá en el ataque, sin duda, pero... ¿No es esa la misión de los mastines? ¿Qué mayor orgullo para ellos que morir en el cumplimiento de su deber? Uno sabe, sin duda, a que se arriesga cuando decide convertirse en mastín ovejero. Otra cosa, y muy distinta ya, es acosar al lobo. Quedan pocos, y pueden ser necesarios para el ecosistema, no fueran a proliferar demasiado las ovejas, o los lobos, o incluso los leones. De modo que si el ecosistema precisa de ellos, benditos sean, se dice con la boca pequeña, mientras se financia, de tapadillo, alguna sociedad protectora del Lobo Feroz. Llegamos entonces a los tratos entre un territorio y otro, entre los que desean aniquilar a quienes les matan las ovejas y siembran el pánico en las gentes, y los que han aprendido a vivir con ellos, y conocen sus guaridas, y hasta los llaman por sus nombres. Se tira, se cede, avanzan un poco (¿Y las ovejas? ¿Qué es de ellas mientras tanto? ¿Existe alguna que sea partidaria, firmemente, de habitar entre lobos?), se traen a colación ingeniosas anécdotas de pastores bromistas y poco profesionales (¿Y qué fue de aquel? Apareció devorado, ¿no es cierto?), y se habla una y otra vez del pasado. Tal vez tuviera arreglo la historia si se cambiara la cabaña. ¿Y si se criaran grandes toros, toros sin miedo a las alimañas? ¿O si se cambiaran por palomas, de modo que elevaran el vuelo y cubrieran de blanco los valles? Mala cosa es ser oveja, tan tontitas y con el beeee beeee de siempre que nadie escucha. Así continúan las cosas, a veces más tensos, a veces calmados, porque el lobo aúlla, pero no se acerca. Y mientras los pastores hablan, las ovejas duermen con un ojo abierto, confiadas a medias en la calma, porque los lobos son muchos, y el invierno largo.

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