Final de etapa
El carácter camaleónico del discurso nacionalista, enfático y reivindicativo cuando juega en casa, moderado y cooperativo cuando pisa salones madrileños, expresa perfectamente la complejidad de estos movimientos en que se mezcla lo conservador y lo populista, lo atávico y lo moderno. Y, sin embargo, Xabier Arzalluz, la voz del trueno, ya había dicho en la campa de Salburúa, con otra entonación, por supuesto, lo que después dijo en Madrid: "La paz cabe en la Constitución, pero el pueblo vasco no". Lo cual, haciendo eco a las tesis de Ardanza, explica el calendario que los nacionalistas vascos tienen en la cabeza: tejer el lienzo del final de la violencia, utilizando las pinturas que la Constitución ofrece, para, acto seguido, plantear el debate constitucional. ¿Tendrá la tregua la virtud de acabar con las ambigüedades nacionalistas?Mientras Arzalluz visitaba La Moncloa, Pujol abría en el Parlamento catalán el debate anual sobre la acción de gobierno. Y ponía nombre y apellidos a su exigencia de más poder y más soberanía para Cataluña.
El día empezó para Pujol con resaca alemana. Periódicos y emisoras se preguntaban sobre la incidencia que podía tener en el electorado catalán la decisión de los alemanes de jubilar al canciller Kohl. Dicen que en Convergència se contaba con dos impulsos electorales externos: una nueva victoria del canciller contrarrestaría el efecto fatiga de los 18 años de pujolismo y una mayoría nacionalista amplia en Euskadi podría hacer salir al nacionalismo catalán de su modorra. De momento, el primer impulso ha fallado.
Y, con este dato, Pujol se fue al Parlamento a anunciar que estábamos ante un final de etapa. No creo que ningún asesor de imagen le sugiriera este recurso. Si se acaba una etapa, que él ha protagonizado por completo, lo lógico es que la ciudadanía piense que a etapa nueva, gente nueva. Pero Pujol, como todos los buenos políticos, no acostumbra a hacer caso de los asesores de comunicación porque piensa que no hay mejor consejero que su olfato. Lanzándose por la vía del final de etapa, abre un nuevo periodo al que, por si alguien duda de su capacidad de resistencia, pone horizonte 2010. De este modo, se ahorra hablar de la etapa anterior y se coloca como artífice de un programa destinado a hacer el pleno del voto nacionalista, en unos momentos en que hay en el ambiente la idea de que se van a producir cambios profundos. Pujol no quiere que parezca que los catalanes se aprovechan de lo que ocurre en Euskadi, pero tampoco quiere que sus reivindicaciones queden aparcadas por lo que ocurra en el País Vasco. Y pone las cartas sobre la mesa. Más poder para Cataluña quiere decir dos objetivos: que la Generalitat sea la autoridad y la administración única de Cataluña, a excepción de las competencias exclusivas del Gobierno central, y que la Generalitat consiga un sistema de financiación parecido al vasco, recaudando todos los impuestos y transfiriendo las partes acordadas. No hace cuestión Pujol de la reforma de la Constitución. Si estos objetivos se pueden conseguir dentro de la Constitución, mejor, pero si hay que reformarla se reforma. Pero sintoniza con cuantos dicen que, de un modo u otro, se abre un periodo constituyente.
Pujol aprendió de la derrota de Kohl que para no quedar atrapado por el propio pasado lo mejor es hablar del futuro. Maragall aprendió de la victoria de Schröder que lo mejor es no discrepar del presidente en los temas nacionalmente sensibles, pero que hay que buscarle una jubilación honorable: "Me gustaría que fuese embajador de Cataluña".
El impacto que en la escena política ha tenido la tregua etarra hace más sutil el proceso electoral catalán. Probablemente, la percepción de fatiga que el electorado pueda sentir después de tantos años de gobierno pujolista sigue siendo la variable más importante, aunque difícil de medir. Pero, si el proceso del final de la violencia en Euskadi no encalla y la paz da al nacionalismo una nueva juventud, la pugna entre el nacionalismo ideológico de corte tradicional excluyente de Pujol y el nacionalismo federalista incluyente de Maragall dependerá de la capacidad de cada cual de modular las entonaciones y los matices en los momentos oportunos.
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