Las oraciones de Clinton
Lo que está sucediendo en Estados Unidos con el caso Lewinsky es uno de los episodios más bochornosos de una nación que nos tiene acostumbrados a muchos bochornos. Desde McCarthy no pasaba nada igual. Entonces las brujas cazadas eran rojas o semirrojas; hoy se llaman sexo. Ver a Clinton pidiendo perdón por haberse morreado por ahí con una becaria mayor de edad es una vergüenza. Pero no hay que engañarse; nada es gratuito ni casual: esto es América, uno de los países más religiosos del mundo, como señaló Vicente Verdú en su magnífico libro El planeta americano. Los herederos puritanos del Mayflower siguen vivos y bien vivos.Fundaron la nación con una Biblia luterana y a golpes de Biblia la siguen manejando. A golpes de Biblia y de dólares, dos conceptos que el protestantismo siempre ha tenido muy asociados: el dinero es uno de los signos con que Dios distingue a sus elegidos. A golpes de Biblia se ejecuta -se asesina en Estados Unidos como en ningún otro territorio de Occidente-. La pena de muerte es propia de los creyentes; los agnósticos o ateos no suelen suscribirla. "We trust in God", dice el gran lema americano, para que no quede duda. Confían en Dios para todo. Para la muerte y para los negocios y para las cohabitaciones e intercambios eróticos de los hombres. Nuestros antepasados píos, dicen, se santiguaban antes de hacerlo; en Estados Unidos no hace falta santiguarse: están todos santiguados de antemano.
Proclaman algunos que la democracia burguesa defiende, ante todo, el derecho a la intimidad. Pero eso puede ser así cuando es burguesa y no es religiosa.La democracia americana es una democracia religiosa, y, por tanto, premoderna. En estas condiciones todo puede esperarse de ella. Hoy destituyen a un presidente que cedió a la "natural inclinación", como decía Lope de Vega; mañana ejecutan a un muchacho de quince años y subnormal; ayer le aplicaron a un encausado el cinturón eléctrico en plena vista por orden de la juez encargada del caso.
Hay quienes hablan de inquisición a propósito del caso Clinton. Me permito señalar que la Inquisición era mejor: no se inmiscuía en problemas sexuales, salvo en los casos de homosexualidad y de prácticas similares. Por eso, obras descarnadas como La Celestina y La lozana andaluza circularon sin ser molestadas por el Santo Oficio y, en cambio, el Lazarillo de Tormes fue acribillado a cortes por su peligrosidad en materia de opinión, que era lo que le importaba al Santo Oficio.
Es para echarse a temblar que el liderazgo del mundo se encuentre en semejantes manos. Que nadie confunda este juicio con el antiamericanismo tópico. La cuestión es más profunda. Una democracia teocrática representa un contrasentido. ¿Qué significa eso de ser perjuro? Pues significa stricto sensu mentir ante Dios, más que no decir la verdad. El juramento implica la existencia de Dios y su intervención en la vida de los hombres. No es una promesa laica; es una promesa a la divinidad. Por eso Clinton llora y reza en las iglesias, por eso pide perdón, mientras que el fiscal Kenneth Starr se frota las manos tabaqueras y enjoyadas al ver cómo se va quitando de en medio a un enemigo. Starr, que ha resucitado, con la transmisión de su informe por Internet, la antigua picota pero haciéndola universal.
La guerra fría acabó, pero Estados Unidos se está poniendo en guerra con el mundo occidental, al menos con el mundo occidental que piensa y siente con cierta libertad. Porque América no es el país de la libertad; seguramente ningún país lo es de modo absoluto, pero si alguien en Occidente se halla lejos de serlo es Estados Unidos. La América de Walt Whitman yace derrotada. Esa es la única América decente, cuyo despertar añoraba Pablo Neruda. Walt Whitman no le dura a Starr ni media hora.
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