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55ª MOSTRA DE VENECIA

El niño grande de Totó

Dos cómicos dieron ayer un recital de sí mismos: Totó recibió en su tumba la cuota de agradecimiento que le corresponde por haber existido, y Alberto Sordi trajo una película escrita, dirigida e interpretada por él, Encuentros prohibidos. No importa que no desbanque a De Sica y Rossellini. Importa que está aquí. Totó y Sordi son dos sombras anchas y verídicas. La del gran garabato del pequeño Totó recibió aquí, demasiado a destiempo, aunque para nada la necesita, la sanción protocolaria que no concedieron a este genial cómico en vida. Y Sordi, heredero indiscutible de aquel genio, el Albertone nacional, ha alargado ya su genio cómico a propiedad del mundo.Sordi tiene pinta de Papa civil algo coqueto, pues se tiñe los rizos. Según anda abre su sonrisa de ballena irónica, mientras mantiene abiertos sus ojos de mastín tristón con destellos de una mala uva que, cuando los párpados se le caen, parece fraternal. A medida que se mueve, le asaltan admiradores que quieren rozarle. Y él parece resignado y se convierte en un encajador paciente del fardo de ser un monarca reverenciado por la memoria sentimental de los millones de incrédulos de los que es un espejo viviente, en el que todos reconocen una imagen amistosa e irresistiblemente divertida de sí mismos y su tiempo.

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Alberto Sordi cree que su único mérito como actor consiste en imitar a la gente

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