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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

"Crash" por entregas

EL DESPLOME de Wall Street el lunes pasado, cuando el índice Dow Jones experimentó la segunda caída más fuerte de su historia, ha puesto en cuestión la exactitud del bienintencionado diagnóstico según el cual el descenso persistente de las bolsas durante el llamado agosto negro sería una nueva corrección técnica aplicada a un mercado sobrevalorado. En esa espectacular caída han concurrido presunciones -que comienzan a cobrar entidad- sobre un aterrizaje más brusco del que se esperaba en el ritmo de crecimiento de la economía estadounidense. La reacción posterior de los mercados europeos acentúa el riesgo de que este crash por entregas que sufren las bolsas mundiales acabe por contaminar a la economía real. Quien a estas alturas considere que lo que está ocurriendo es una saludable corrección con benéficos efectos deflacionistas hace gala de una irresponsabilidad manifiesta, de ignorancia o de un cinismo peligroso.En España, los efectos de la crisis de los mercados presentan perfiles inquietantes. En apenas 45 días, el valor bursátil de las 35 grandes empresas españolas integradas en el Ibex ha descendido en casi diez billones de pesetas. La agencia de calificación Moody"s anunció ayer que ponía en revisión la calificación de las emisiones a largo plazo y el índice de fortaleza financiera del BBV, al tiempo que advertía a la banca española sobre el riesgo de sus inversiones en Latinoamérica. En esta situación es muy difícil que el castigo sufrido por las empresas españolas más emblemáticas no condicione las posibilidades de crecimiento en los próximos meses. El consumo de las familias, la inversión de las empresas, la corrección del déficit exterior, la capacidad recaudatoria del Estado, la estabilidad del tipo de cambio y, desde luego, los planes de privatización que afectan a las pocas empresas públicas con beneficios que quedan por vender están hoy más amenazados que cuando el Gobierno se fue de vacaciones. No debe excluirse la posibilidad de que Europa sea el próximo espacio financiero afectado directamente por este tipo de convulsiones.

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Las autoridades económicas españolas están obligadas a interpretar este terremoto financiero como una invitación perentoria a revisar sus previsiones en clave de prudencia. El Gobierno debería reconsiderar sus expectativas optimistas de crecimiento en el momento de elaborar los Presupuestos Generales del Estado para 1999. Si la inestabilidad financiera se mantiene, es poco realista apostar por un crecimiento del PIB del 3,9%. Por otra parte, el efecto depresor de los precios que tiene el hundimiento de los mercados debería permitir una rapidez mayor en la reducción de tipos de interés que está administrando cautamente el Banco de España para prevenir la inflación.

Los principales afectados por este agosto negro en las bolsas son los inversores, sobre todo los pequeños accionistas que han depositado sus ahorros en un mercado cuya euforia desatada auguraba subidas eternas. En una situación de inestabilidad e incertidumbre, tan perjudicial resulta emitir anestesiantes mensajes de aquí no pasa nada como inquietar a los inversores con amenazas de un apocalipsis bolsístico inmediato. Las declaraciones del secretario de Estado de Economía responden a la primera modalidad: en lugar de informar con serenidad y rigor a los inversores acerca de los riesgos de una desaceleración de la economía producida por la crisis financiera, Cristóbal Montoro ha preferido ocultar tales riesgos y apelar a la tranquilidad sin otro argumento que el de que "las cotizaciones recuperarán su nivel" y las tradicionales reprimendas a "la especulación". Por su parte, los profetas de la catástrofe están alimentando gratuitamente la histeria potencial de los mercados recomendando la venta apresurada de los valores. Unos y otros demuestran una desconfianza injustificada en la madurez de los inversores. Éstos están perfectamente capacitados para administrar sus carteras de valores en función del plazo en el que quieran rentabilizar sus activos, sea en un clima de euforia o con un trasfondo de crisis. No necesitan, pues, ni tranquilizantes ni recomendaciones desorbitadas; les basta con recibir información exacta y creíble. Hasta el momento, sólo han recibido ruido y confusión.

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