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VERTIDOS TÓXICOS Guadiamar, agrio y dulce

El Guadiamar ha fluido durante milenios, agrupando las suaves colinas del Aljarafe sevillano. El Guadiamar sabía que el río Agrio le llevaba agua filtrada de una de las reservas de pirita más importantes del mundo. Sabía también que el río Dulce equilibraba las aguas en su mismo nacimiento. El Guadiamar sabía que en la misma cabecera de su cauce, el pueblo de Aznalcóllar gozaba eternamente de la visión paradisíaca de su cauce; allí donde el Agrio y el Dulce se fundían. Sabía también que Sanlúcar la Mayo, la antigua Soluca romana, nunca le dio la espalda, aun mirando ensimismada hacia Sevilla, y que Aznalcázar era una gran terraza abierta a sus riberas. Esperaba impaciente la llegada de todos los veranos para revivirla algarabía infantil que desde siempre buscaba acurrucarse en su frescura. Mientras, desde la otra orilla, las imponentes moles de los pablo romero asistían sorprendidas al eterno silencio quebrado unos instantes. Durante todas las estaciones, el Guadiamar fluía acompañado en sus orillas de los sones de los caballos andaluces en el largo aprendizaje de la doma vaquera. Una experiencia de dominio, transmitida oralmente de padres a hijos, también desde siempre. El Guadiamar sabía que sin él, probablemente el rocío no hubiera sido posible. El Guadiamar sabía gozoso de su lenta desaparición en Las marismas eternas y del resurgir discreto en el último tramo de su cauce para inyectar su sangre al Coto de Doñana y desaparecer en El Guadalquivir de las Estrellas. Sabía, por tanto, que sin su existencia, una buena parte del Universo simbólico andaluz del Bajo Guadalquivir nunca hubiera sido posible. El Guadiamar no sabía que en la soledad de una madrugada de primavera, en vísperas de la Feria de Sevilla precisamente, la miseria de propios y extraños iba a ser capaz de romper tanta belleza, tanto universo simbólico andaluz, tanta armonía, inundando de lodo venenoso todo su eterno cauce, hasta El Guadalquivir de las Estrellas.

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