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Crítica:VERANO MUSICAL DE SEGOVIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lorca en versión latina

En cierta ocasión comentaba Stravinski que no existe música de ayer o de hoy sino arte vivo y arte muerto. Ante el primero, la reacción del público es positiva, a no ser que ande por medio cualquier prejuicio o adicción. Se ha demostrado, una vez más, anteanoche en la plaza de San Esteban de Segovia, a la que el Verano Musical llevó su recuerdo a Federico García Lorca a través de Don Perlimplín, de Bruno Maderna (RAI, 1962) y del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Tomás Marco, escrito en 1985 pero no estrenado hasta el mes de mayo pasado dentro de la temporada regular del teatro Doña María II, de Lisboa. Bueno será adelantar que las versiones dirigidas por José Ramón Encinar al grupo del Proyecto Gerhard y un cuadro de excelentes solistas nos permitieron la escucha de ambas piezas en toda su veracidad, su duende, su drama y su fluencia lírica.Se trata de dos caras muy contrastadas en la creación lorquiana: el ingenuismo profundo, natural y surrealista a la vez, de Don Perlimplín, y la grave poética de gran clásico propia del Llanto. Moderna denominó a su Perlimplín "el triunfo del amor y de la imaginación" y este es, exactamente, el triunfo del mismo músico veneciano en su expresión reduccionista, afectiva, simple o surreal y siempre humana de una partitura más que identificada, adivinatoria del espíritu del poeta. La versión de Segovia, con un somero montaje que devuelve a la obra su origen radiofónico con la máxima valoración de los elementos sonoros, fue preciosa y tuvo como Belinda a esa alhaja de nuestra música que es la soprano Pilar Jurado. Hizo maravillas en todo y nos conmovió desde su ternura y su gracia. Colaboraron Isabel Ayúcar, Pedro María Sánchez, sobrio narrador, Carmelo Soltero y Manuel Muñoz, que nos acercaron a un García Lorca vivo y encantatorio.

Autenticidad

Tomás Marco interpreta el Llanto desde una autenticidad más verídica que literal cuyas coloraciones sugieren los tonos picassianos del Guernica para seguir las secuencias del dolor, la sangre, la evocación del cuerpo muerto o la abstracción del alma. Con la continuidad característica de Marco, hecha de una sucesión de presentes áticos que se dinamizan o repliegan, esta partitura, suerte de sinfonía gestual y dramática, desnuda y ausente de retórica españolista, entraña gran fidelidad a la gran poética clásica de Lorca. Por momentos, cobra alusiones representativas, como el correr de la sangre en el arpa o el martilleo de la hora dramática en la repetición de grandes acordes. El Llanto de Marco impactó a la audiencia que le dedicó grandes ovaciones.

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