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Champaña, por favor

La ópera es un polvorín. Abre uno el periódico y se encuentra con la programación del teatro Calderón para la próxima temporada: 22 títulos, nada menos, el doble que el Real, y con la misma ópera de inauguración. Se medirán las fuerzas con la popularísima Aida. Esto promete.Más de ópera. En los teatros o festivales que pretenden marcar tendencias, los éxitos se miden muchas veces por la división de opiniones que generan las puestas en escena. Los directores teatrales se quedan muy preocupados si no reciben un sonoro abucheo. A los cantantes, a los músicos, casi nunca se les pone en cuestión. Es como si no fuese con ellos la fiesta. Se les aplaude y basta. Pero las protestas arrecian contra los Brook, Chereau, Marthaler, Wilson, Sellars, Freyer o Wernicke. ¿Qué está pasando? ¿Por qué se ha desviado el foco de atención hacia el apartado visual en vez de mantenerse en el sonoro?

Elisabeth Rallo, de la Universidad de Provenza, se pregunta en un artículo de un suplemento especial de la revista Cassandre: "¿Por qué diablos es necesario poner en escena las óperas?". Los debates se multiplican. Los hay que apuestan por la austeridad. La mayoría se mantiene en buscar una lectura actual, a través de las imágenes y el teatro que complemente sin anularlos los valores del texto y de la música. Únicamente el decorativismo y la opulencia parecen fuera de época.

Signos. El diario Le Monde se ha despegado del pelotón de cabeza de los periódicos sólidos en cuestiones culturales -New York Times, Frankfurter Allgemeine Zeitung...- y este verano ha apostado por los valores ideológicos puestos en juego en algunos eventos musicales y teatrales. El suplemento que ha dedicado al Festival de Salzburgo es ejemplar; el apoyo a Aix-en-Provence en los debates intelectuales o en las exposiciones históricas marca una línea de compromiso cultural muy estimulante. También las cadenas de televisión especializadas como Arte o generalistas como la ORF austriaca han andado finas este verano para grabar lo más arriesgado y no lo más comercial.

Evidencias. En el proceso de enfrentamientos estéticos, algunos directores artísticos de teatros y festivales han reforzado su protagonismo. No han adoptado posturas pasivas al servicio de las multinacionales discográficas o de intereses económicos más o menos camuflados. Si su cuenta de resultados es ruinosa les echan, pero pueden aceptar riesgos porque detrás tienen un público que les apoya. Se habla de Gerard Mortier en Salzburgo, de Stephan Lissner en Aix-en-Provence, de Brian McMaster en Edimburgo, de Alexander Pereira en Zúrich, de Pierre Audi en Amsterdam, de Peter Jonas en Múnich o de Cesare Mazzonis en Florencia. Hace años eran nombres que pasaban desapercibidos. Ahora son nuevas figuras del mundo de la ópera.

Nuevos públicos

Más evidencias. Está en juego el papel otorgado a nuevos públicos. La ópera ha sido un reducto de las clases dominantes, un signo de distinción. Muchos se resisten a perder esta exclusividad. George Steiner decía hace un par de años en la Universidad de Edimburgo que uno de los factores más revolucionarios del último medio siglo es la posibilidad de tener un museo imaginario con todas las músicas, pinturas o libros al alcance, aunque sea en reproducciones. La cultura se ha universalizado y eso se ha hecho sentir también en el universo operístico. A él han llegado creadores de otros campos estéticos. Están modificando la ópera con un toque de libertad y a su llamada se han acercado espectadores diferentes.De los de toda la vida algunos se reciclan, pero muchos siguen en su burbuja añorando otros tiempos con otros valores. Los conocimientos musicales del público son en general mucho menores que antes -Alfredo Kraus lo afirma continuamente y tiene razón-, pero los valores teatrales o literarios o estéticos o filosóficos también cuentan. El cambio es irreversible. Y en medio de todas estas turbulencias, el Calderón está dispuesto a echar un pulso al Real cuando llegue septiembre. La ópera echa humo. Champaña, por favor.

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