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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra del hambre

MÁS DE medio año después de que lo anunciaran las organizaciones humanitarias, y a pesar de ello, una hambruna apocalíptica ha llegado a su cita en una vasta región de Sudán azotada por la guerra y un clima cruel e impredecible. Lo que distingue a esta nueva plaga -la peor desde la que sufriera Etiopía en los años ochenta, según los expertos- es que está políticamente instigada. Es básicamente un arma del Gobierno musulmán de Jartum -dominado por norteños de origen árabe, que persiguen una estrecha federación con ideales fundamentalistas- en su larga guerra contra sus enemigos del sur, africanos negros cristianos o animistas, que pretenden una vaga confederación secular. Donde el hambre causa estragos insoportablemente documentados por la televisión es en la región poblada por la etnia dinka, precisamente los más fervientes partidarios del movimiento secesionista surgido al sur del más extenso país africano.Entre uno y dos millones de los 32 con que cuenta Sudán pueden perecer de hambre en los próximos meses. Miles de personas están comiendo hojas de los árboles o pereciendo junto a las instalaciones de modestas organizaciones de ayuda que pueden ofrecer un paquete de cereales a la semana y unas galletas. La distribución masiva de comida es competencia del Programa Alimentario Mundial de la ONU. Sus aviones, vetados hasta abril por Jartum y prácticamente el único medio de transporte en la época de lluvias, no dan abasto. Lo peor, sin embargo, es la burocracia. Naciones Unidas, de por sí una máquina farragosa, debe pactar sus envíos, el destino y la cantidad, con los dos bandos en guerra civil desde hace 16 años: el Gobierno controlado por el Frente Islámico Nacional y los insurgentes sureños del Ejercito Popular de Liberación. Los combatientes de ambas facciones se quedan finalmente con lo que quieren.

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La ayuda humanitaria trata de frenar el éxodo masivo en Sudán

En este escenario, la ONU tiene cada vez más dificultades para obtener dinero de unos donantes que sospechan que su ayuda acaba financiando de manera encubierta una guerra tribal sin fin, atizada, además, por los intereses contrapuestos de países vecinos. Las lluvias han forzado la semana pasada una tregua entre las dos facciones, que algunas potencias occidentales intentan hacer permanente. Entienden que sin una salida política a un conflicto que arranca de 1956, el hambre seguirá exterminando a miles de inocentes en Sudán.

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