Mirada ritual dentro de un rito
La lección de tango es lo que su título da a entender, un ejercicio de cine didáctico. Pero es más cosas, dentro de esta envoltura formal. Es un boceto de plástica fílmica compuesto con delicadeza y agilidad, con una casi alada soltura de trazo; es un originalísimo trenzado de acordes líricos que funden dos cuerpos, dos y dos culturas entre sí muy lejanas, antípodas; es un juego de sexo vivido dentro de un juego de sexo ritualizado; es la exploración, llena de buen gusto, de una pasión escénica; y es un relato introspectivo tan veraz y libre de la escritora y directora del filme, la británica Sally Potter, que ésta no supo o no pudo delegar en una medium el protagonismo de su intransferible aventura, pues sólo ella, que no es actriz profesional, podía representar la conversión de su pasión en ficción sin fingirla.De Sally Potter conocemos aquí Orlando, una quieta traducción a estampas, algunas hermosas, del libro de Virginia Woolf. Sufrió este bonito y hueco trabajo dos tropiezos: exceso de cuidado en lo ornamental y descuido en lo medular. Sally Potter da en dos de sus lecciones de tango indicios de que sabe por qué aquel esmeradado filme la condujo a cinco años de infertilidad. Gastó todos sus colorines en la cáscara de una nuez que no supo romper y el fruto se le quedó dentro. Ahora, en cambio, abandona los pinceles, agarra por la empuñadura una cámara que dispara en blanco y negro, y va como una flecha al grano. El grano es lo que hay dentro de la nuez, ya muy cascada, del rito del tango, vieja refriega arrabalera entre los cuerpos de una mujer y un hombre, que se ganó la universalidad sin perder su aroma de origen, y que hoy sigue, como antaño, atrapando fascinados.
La lección de tango
Dirección y guión: Sally Potter. Fotografía: Robby Muller. Coreografía: Pablo Verón. Argentina, Francia y Reino Unido, 1996. Intérpretes: Sally Potter, Pablo Verón. Estreno en Madrid: cines Princesa y Renoir Cuatro Caminos (V.O.)
La lección de tango es la crónica de una de esas capturas, la de Sally Potter, desde el día que descubrió en un teatro de París este baile canalla ritualizado por Pablo Verón, y se dejó capturar por su cadencia, aprendió paso a paso las letanías de la liturgia milonguera y acabó filmando reverencialmente el proceso de su aprendizaje. El resultado es una película lírica y, con pudor, erótica de aparente (luego veremos que no tanto) simplicidad formal, sorprendente porque proviene de una artista refinada y proclive a perderse en minucias ornamentales, que esta vez abandona y se deja arrastrar por la ventolera de un ritmo hecho de ironía, de dolor y de carne.
Elegante, libérrima, gran pequeña película contagiada por lo que filma, pues en la pantalla se entrelazan en su propia milonga la mirada y lo mirado, el rito del tango y la secuencia tanguizada por la mirada de Sally Potter, lo que desvela inesperadamente compleja aquella simplidad a que me referí.
Es esto lo que hace posible escenas tan gozosas como la de Verón y Potter en la cinta transportadora de un aeropuerto de París, la amable parodia de Fred Astaire en la cocina de la casa de Verón, el pegadizo contoneo de Sally y un viejo bailón en Buenos Aires, el deslumbrador contraluz (un juego frenético de sombras chinescas) del tangazo de Potter y Verón en un escenario parisiense, la magistral escena del burlón tango a cuatro en una vieja barbería. Y otras lecciones de creación de acuerdo y de bienestar por una pantalla transparente, y enamorada de lo que se mueve en ella.
Babelia
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