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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bronca y estabilidad

TANTO JOSÉ María Aznar como Jordi Pujol han hecho de la estabilidad política el argumento central de sus estrategias. En nombre de ésta alcanzaron el pacto de gobierno en 1996, después de una campaña electoral en la que sus respectivas formaciones se habían atacado sin ahorrarse excesos. En nombre de la estabilidad se ha rebasado, sin grandes altibajos, la mitad de la legislatura. Pero en el paisaje vuelve a irrumpir la bronca, como si ésta fuera condición necesaria para el equilibrio.Una vez más, la cuestión del catalán provoca un rifirrafe verbal entre el Gobierno y CiU. La proverbial capacidad del todavía portavoz del Gobierno, Miguel Ángel Rodríguez, de confundir el ejercicio de un cargo institucional con el papel de bombero pirómano no es excusa suficiente para justificar este nuevo desencuentro entre socios. Pujol subió inmediatamente a la red porque es el primer interesado en tensar la cuerda con Aznar, aunque ese mismo día el PP le ayudara en el Parlamento de Cataluña a evitar las explicaciones por un caso de censura informativa en TV-3.

El fuego ahora encendido se apagará. Y con seguridad se encenderá algún otro. Pero no hay motivos para pensar que vaya a romperse la coalición sobre la que se sustenta el Gobierno, aunque nadie pone tampoco en duda que entramos en una escalada de desencuentros que debe culminar con la convocatoria de elecciones en Cataluña. ¿Una escalada pactada? En parte sí, porque a ambos les interesa marcar las diferencias para llegar en las mejores condiciones al duelo Pujol-Maragall, primer envite de lo que puede significar un cambio profundo del sistema de partidos en Cataluña. Pero no puede descartarse que la sucesión de fuegos controlados acabe en incendio. No sólo porque los aprendices de brujo a menudo se queman, sino porque este estado de bronca da a Pujol libertad para resolver sus dudas sobre el mejor calendario para vencer a Maragall. Mientras las relaciones con el PP se mantengan al rojo, siempre podrá encontrar un motivo para romper con el Gobierno y convocar a las urnas.

Quizás este ejercicio de peleas controladas sea el precio a pagar por una estabilidad electoral que se arrancó con fórceps. Pero no ayuda a aumentar el respeto de la ciudadanía por la clase política.

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