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Las palabras de Europa

Juan Cruz

Umberto Eco lo dijo como si resumiera el principio de una utopía que dura siglos: "Un escritor hablando en francés, traduciendo un texto italiano para un público castellano y con tres colegas que hablan alemán, inglés y portugués". Era la creación de la Academia Europea de Yuste, en Cáceres, y le escuchaba su colega portugués José Saramago, al lado de otras personalidades que le dan sentido colectivo a esta Academia nacida para cumplir una vieja idea de Salvador de Madariaga, cuando el pensador español hablaba de lo que comunica a Europa, por encima de las diferencias del idioma.Eco se sienta en esa Academia en el sitial que lleva el nombre de Platón, y Saramago lo hace en la silla que se llama Rembrandt. El español Antonio López se sienta donde dice Cicerón, el sueco Ingmar Bergman tiene tras de sí el nombre de Mozart y el ex presidente europeo Jacques Delors halla como respaldo la evocación de Charles Chaplin. Saramago y Eco, que fueron los dos únicos escritores académicos de la sesión inaugural de esta utopía europea, creen en la Europa de la soledad y de las palabras, y no son partícipes de la naciente Europa de las monedas; estiman que la meditación que propone la propia experiencia postrera de Carlos V, el rey que inspira el ejemplo actual de Yuste, es la que le conviene a la balsa de Europa que hace décadas se despertó de un fascismo que encandiló salvajemente territorios que hoy asumen aquella historia como un mal sueño que nos tuvo a nosotros, precisamente, los españoles, los italianos y los portugueses, como abanderados de la afirmación y del absurdo; dice Eduardo Haro Tecglen que aquel fascismo -en España lo llamamos franquismo- del que nosotros nos hemos evadido con tanta rapidez como dificultad asoma aún como una patita azul con correajes por debajo de las páginas de diarios y de semanarios, y sigue presente entre los peligros que acechan a la Europa racista, intolerante, tantas veces asesina, en la que convivimos.

La foto en la que ayer comparten la luz de Yuste Saramago y Eco, juntos al lado de la vegetación extremeña, es un símbolo de esa Europa que se despertó de las palabras altisonantes para ponerse a hablar en cualquier idioma propio como si se recuperara una antigua y vivísima tradición de convivencia y estímulo entre los seres de procedencia, lengua e ideologías diversas. En la España ilustrada de antes de la Ilustración compartían mesa y palabras seres que disfrutaban de creencias distintas y aun de lenguas incompatibles. Ahora sigue estando el fascismo larvado debajo de la intolerancia que sufren los que sin ser de otro lugar son simplemente de pensamiento distinto, de convicciones señaladamente opuestas, patriotas de nada. El fascismo no ha enterrado su patita azul, sino que salta como una liebre suelta y araña y mata, y nosotros lo sufrimos en la piel y en el ánimo. Pero se crean contrafuertes para hacer que se difumine ese espectro.

Antes de sentarse en el sillón de Rembrandt, a Saramago le dieron en la ciudad de Scanno, en Italia, el premio que lleva el lugar y que se creó en 1975 para distinguir la actividad intelectual de gente que como él, Vázquez Montalbán, Saul Bellow, Mario Vargas Llosa o John Updike, han contribuido al entendimiento de la fábula como mejor manera de comunicar a la gente de todo el mundo. La foto de Yuste, en la que Eco y Saramago hablan de la lengua común de Europa, que es la de las palabras de la meditación y de la duda frente a las de la afirmación y el desprecio por el otro, es otro estímulo para pensar que este continente va creciendo lejos del fascismo, a favor de vientos que hace años estaban cercados por la utopía. Ahora la paz, como decía Eco, es el ansia primordial de Europa, y esa paz sólo se alcanza a partir de la meditación que dan la palabra y el sosiego. Estos dos europeos del sur, uno de Bolonia y otro de Azinhaga, han venido a reivindicar en Yuste una puerta de tierra de la que han hablado en otros tiempos y en otros territorios Bertrand Russell, Octavio Paz, Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset o Albert Camus; Eco lo dijo en público: "Nuestra tarea como intelectuales consiste en conseguir que la reflexión se convierta en un bien filosófico supremo. Se trata de volver a establecer este valor en un mundo cada vez más abierto a los espectáculos y a la distracción".

Frente a la Europa de las masas se trata de regresar a la Europa de las palabras, lejos de la Europa de la hipocresía. Daría la impresión, en la España contemporánea, que ese objetivo de la gran Europa del silencio y la meditación se está tapiando detrás de la frivolidad: hoy no sería posible la disposición de esa mesa de Europa que animaba la vida española de antes de la Ilustración, en la que se consiguió la utopía de conciliar religiones y lenguas en patios comunes. Demasiados años de intolerancia alimentan hoy el fascismo grosero que nos hace mirarnos de reojo y matarlos de espaldas. El encuentro de Yuste en el que un portugués y un italiano se saludan en español para luego dialogar o dudar en cualquier otra de las miradas de Europa es un estímulo y un beneficio en medio de los correajes que ojalá se vayan diluyendo en las palabras.

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