El tarjetón electoral
Casi 21 millones de colombianos tenían ayer derecho a votar entre las ocho de la mañana y las cuatro de la tarde, en un país de 1.100.000 kilómetros cuadrados y remotos parajes selváticos, densidades fluviales y abrupto acceso. Alrededor de la mitad lo hará bajo el imperio de una ley seca que se extendía desde las seis de la tarde del sábado hasta esa misma hora del martes, por prolongación de un día, debido al partido que juega hoy la selección nacional con Túnez, que, de perder o empatar, le haría decir adiós al Mundial.En primera vuelta votaron 10.751.000 ciudadanos, con un índice récord del 53%. No es seguro, sin embargo, que la hazaña se repita, porque hay un explosivo panem et circenses que el calendario ha deparado: fútbol y un largo puente. Pero incluso ese buen resultado del 31 de mayo está a medias fabricado. El presidente Samper, para exhortar al voto y también porque una afluencia alta a las urnas se supone que favorece la extensa red de captación liberal en todo el país, decretó en 1994 una batería de colombinas o incentivos para que se sufragara. Todos los votantes han recibido un tarjetón que les granjeará: a) preferencia para cargo público en caso de igualdad en oposición; b) prelación para obtener becas y viviendas subsidiadas; c) una rebaja de un mes en el servicio militar; d) un 10% de descuento en la matrícula universitaria, y e) medio día de descanso remunerado.
Y ni así se daba por descontado que ese 53% fuera a mantenerse. La tradicional y sapiente desconfianza del colombiano hace que sólo crea a medias que todas esas golosinas vayan a ser de recibo. Lo que sí parece probable es que se bata la marca de votación presidencial que tiene el liberal Virgilio Barco desde 1986, con 4.123.716 sufragios, pero con menor asistencia electoral. ¿Qué puede, en definitiva, un tarjetón contra la imponente red de clientelas, hayan votado o no sus titulares, que llamamos Colombia?
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