Brossa recrea "el duende y la alegría" de Lorca
La Residencia de Estudiantes expone 47 obras del artista catalán
«Federico tenía el duende más grande. Y quizá por eso le entendieron casi siempre mal. Porque es mucho más fácil entender el arte sin duende, más cómodo, menos molesto. La gente quiere cosas amables, luz del sol. El duende siempre impresiona porque forma parte de lo críptico, de lo misterioso. ¡Y a mí que me parece que eso es precisamente el arte...! Las cosas del duende las entiendo pero no las puedo explicar bien... ¿Hay algo más bonito que eso?»Sentado en un sillón de la Residencia de Estudiantes, a escasos pasos de la exposición Brossa piensa en Federico, Joan Brossa reflexiona sobre Lorca. «Desgraciadamente, no le conocí», dice. «Y es raro que diga eso, porque los poetas suelen odiar a los poetas». No tan raro. Brossa, el poeta que convierte la poesía en dibujo y el dibujo y los objetos en latigazos de poesía, es capaz de recitar entero el Romancero gitano . Prefiere Poeta en Nueva York, pero con el Romancero tuvo más relación: «Me lo llevé al frente del Segre, a la guerra. Siempre en el bolsillo. Un día, en la trinchera, oí una voz: "Juan". Salí de allí, y un minuto después cayó un mortero. Luego supe que nadie me había llamado. Un misterio, ¿no?»
Desde ayer y hasta el 12 de julio, la Residencia acoge este otro misterio, una exposición urdida por la imaginación de Natacha Seseña: «La guerra desbarató una amistad muy probable», explica la comisaria de una muestra que en verano viajará a la Huerta de San Vicente. ¿Pero es Brossa un artista lorquiano? «Hay un espíritu común... Los dos tienen diablo: el arte de hacer diabluras».
Brossa ha venido con su mujer, Pepa, y lleva un amplio chaquetón oscuro que recuerda al mono que usaba Lorca. En la solapa, una gran insignia redonda. «Es de La Barraca, me la regalaron el otro día los barracos en Granada». El poeta viajó desde Barcelona a Fuente Vaqueros para expresar su amor a un poeta del que admira muchas cosas: «Su alegría profunda, su sabiduría de filósofo, su forma de volver a las raíces... Hace poco hice un poema. Dice algo así: "Si hubiera un medicamento de poesía para curar los nervios, le pondría la mitad de Lorca y la mitad de Papasseit". Lorca es el duende. Papasseit, el ángel. Son casi lo mismo, pero llevan vestidos distintos, respiran otro aire. El ángel es más mediterráneo; el duende es más severo».
El duende entra por los pies, decía Lorca, directo desde la tierra. «Sólo los más grandes encuentran las raíces del universo sin moverse de la tierra que pisan. Miró lo sabía, y por eso pintaba esos pies tan grandes... Miró tenía duende, como De Chirico y Picasso. Y como César Vallejo y Alberti y Miguel Hernández...». ¿Y Brossa? «A veces lo huelo. El duende huele de una forma especial... Pero Bergamín me decía que yo era un romántico mediterráneo, y eso no es lo mismo. De los poetas catalanes, sólo Foix tuvo verdadero duende».
El tierno pero muy ácido humor brossiano recorre las 47 piezas, pequeñas como poemas, que abarrotan la sala del Trasatlántico. Los 11 poemas objeto, cinco poemas experimentales (inéditos), 19 poemas visuales, 11 libros de poemas y una escultura ocupan 57 años de trabajo: desde 1941 hasta 1998. Ninguno fue hecho pensando en Lorca, pero el homenaje directo llegará en otoño. Un poema visual en la playa de la Resi. «Será muy simple: una grabación en un árbol ("A Federico") y las letras del alfabeto esparcidas por la hierba. Me gustaría hacer una sicofonía. Un agujero en la tierra; y cuando te acercas una voz oscura recita sus poemas. Pero no sé si podré».
Seseña apunta que «los lenguajes de ambos son diferentes, pero aquí están los grandes temas lorquianos». Y hay una frase que Brossa ama sobre todas las demás: «No me preguntéis nada, he visto que las cosas cuando buscan su rumbo encuentran su vacío». Búsqueda, irreverencia, denuncia contemporánea... Lorca asoma en La Burocracia (dos hojas de castaño atadas con un clip); en la litografía en papel guarro titulada Buster Keaton; en la crítica al dólar rampante de Hollywood; en los poemas experimentales de las letras viajantes y las sílabas con alfileres, en el vampiro que sobrevuela un contrato de hipoteca...
«Era una gran persona», concluye Brossa. «Tenía esa extraña capacidad de coger cualquier objeto y hacerlo ver con simpatía... ¡Y esos que le ven como un poeta folclórico! ¡Cuánto mal ha hecho ese lorquismo que siempre está a 500 millas de Lorca! Pudiendo caer en lo fácil, nunca caía: se levantaba y te dejaba pasmado. ¡Ojalá tuviera yo su alegría, su carácter, su duende fabuloso!».
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