_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Arias Montano, andaluz heterodoxo

Una travesura política de la Junta de Extremadura, partiendo del supuesto, equivocado, de que Arias Montano era de esa tierra hermana, ha querido poner en circulación el valor más preclaro del humanismo español. Lo malo es que la costeada exposición que nos han traído a Sevilla es tan opaca, que se la podían haber ahorrado. Sobre todo por su discurso errático, y el escamoteo que hace de la singularidad de este personaje enigmático. Nació don Benito en Fregenal de la Sierra, hacia 1527, cierto, pero cuando esa villa pertenecía al alfoz hispalense (y sevillana fue hasta bien entrado el siglo XIX). Criado y primeramente formado en Sevilla, donde también murió (1598), y de la que siempre dijo ser, en su propia firma. Pero ante todo, sabio ermitaño de la Peña de Aracena, o de Alájar, donde tenía su "acomodado retiramiento" y desde donde emprendió una increíble aventura teológica y literaria. Increíble hemos dicho, y nos quedamos cortos. De las paradisíacas angosturas de la sierra de Huelva saltó, con el respaldo de Felipe II -de cuya amistad gozaba misteriosamente-, a poner un poco de orden en los tormentosos debates del Concilio de Trento. Y, por expreso mandato del duque de Alba, al accidentado ambiente espiritual de los Países Bajos. De ambos cometidos salió airoso, a pesar de sus atrevimientos, que a punto estuvieron de costarle la cabeza, perseguido por la Inquisición. Ahí fue nada desafiar a los doctores de Roma en su propio medio, el de la ciencia escriturística, poniendo en solfa La Vulgata, y prescindiendo de la escolástica, en favor de una nueva lectura del texto sagrado; lo que desembocó en la Biblia Regia de Amberes (Políglota), compuesta bajo su dirección en latín, griego, hebreo y caldeo. Pero más principalmente llevó a cabo otra labor de zapa teológica, en parte inconsciente, que fue difundir el pensamiento de Erasmo, so pretexto de expurgarlo. (Asunto capital que la susodicha exposición ni menciona. Parece como si Bataillon no hubiese escrito nada). Aquí se la jugó de verdad. No a todos gustaba el nuevo discurso de la piedad y la meditación interior, ni ciertas dudas sobre el celibato, ni las denuncias del fariseísmo eclesiástico. Tampoco había gustado que osara traducir el Cantar de los Cantares, antecediendo a Fray Luis de León en exaltar el puro deleite del amor humano. Como se ve, un auténtico infiltrado, diríamos hoy, en la espesura del poder de la Iglesia. Y todo con la garantía del rey, que lo visitó discretamente en la misma Peña, a confesarse con él, dicen. ¿Sólo a eso? Seguro que también a consultarle cuestiones herméticas y peligrosas, de las que siempre se han tenido apasionantes indicios. Se sabe que en Amberes nuestro intrépido eremita se contagió de iluminismo, de la secta Familia Charitatis, que podía predicar, entre otras heterodoxias, el amor libre. Y que en el Escorial tenía oculta sede una escuela esotérica, alentada por el propio rey, como acaba de poner de relieve Henry Kamen en su excelente Felipe de España. ¿Verdad que todo esto resulta inquietante? Pues no esperen encontrárselo en la versión extremeña. Lástima.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_