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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ultimátum esfumado

SI FUERA una novela policiaca se llamaría El caso del ultimátum desaparecido. Se trata del que formuló en toda regla el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, al Gobierno de Benjamín Netanyahu en Israel, conminándole a aceptar un determinado plan de retirada o perder la mediación de Washington en lo que sólo por inercia se sigue llamando proceso de paz israelo-palestino.Ese ultimátum ha desaparecido del mapa literalmente. Se formuló, se ratificó hace sólo unas semanas, y cuando quedó claro que el gobernante israelí no le hacía el menor caso, apareció la secretaria de Estado, Madeleine Albright, para decir que se había entendido todo mal y que jamás hubo amenaza ninguna.

Lo que ocurrió entre la formulación del ultimátum y su conversión en ectoplasma político fue que Netanyahu, cogiendo el toro por los cuernos, se fue a Washington a hacer campaña contra el presidente en su propio campo. Allí obtuvo el apoyo de los líderes republicanos de la Cámara de Representantes, entre ellos el jefe de la mayoría, el ultraconservador Newt Gingrich, y de más de 80 senadores, que firmaron una carta pidiendo al presidente que no presionara a Israel para que renunciase a lo que entendía como mínimas garantías para su seguridad.

En devolución de visita, el propio Gingrich ha asegurado estos días en Israel al líder del Likud que siempre podrá contar con todos ellos para defender a su país contra un presidente que no se ha distinguido exactamente por su firmeza ante el incumplimiento israelí de los compromisos de paz.

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Israel es un Estado soberano y nadie debe desear que deje de serlo. Pero Estados Unidos no puede pretender que se le considere con seriedad la única superpotencia de la tierra, si no logra que se cumplan -ni siquiera remotamente- los acuerdos firmados bajo su advocación en Washington en 1993, y corregidos y aumentados en Oslo dos años más tarde.

El argumento de que la incapacidad de Arafat de acabar con el terrorismo es la causa de que Israel no cumpla tampoco es coherente. Nadie en su sano juicio puede creer que los atentados desaparecerían sólo porque Arafat se lo propusiera. Algo que salta a la vista simplemente teniendo en cuenta los medios de que dispone.

Sólo un verdadero Estado palestino independiente, con todas las atribuciones que ello significa, estaría en condiciones de combatir con cierta eficacia el terrorismo. Pero ello es incompatible con las posiciones estratégicas que mantiene Israel. Es la pescadilla que se muerde la cola.

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