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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ayer como hoy

Rodada inmediatamente después de la conflictiva Adiós a mi concubina, el filme que dio a conocer internacionalmente a su autor, Chang Kaige, Temptress moon es un vigoroso drama histórico, ambientado en los años veinte entre la agrícola provincia de Suzhou y la cosmopolita Shanghai, sede del dinamismo económico, y también de la corrupción y de la penetración internacional, en la China de aquellos tiempos. Que el más reputado miembro de la llamada quinta generación del cine chino haya dirigido su atención, después del vitriolo antimaoísta de su filme anterior, hacia los lejanos años en que la metrópoli del sur era la ciudad más brillante de Oriente no es casual y está en la lógica de los tiempos: un proceso de cambio como el que entonces vivía China tiene un claro paralelismo con la actual situación de revolución industrial acelerada, con su secuela de corrupción y cambio de costumbres.

Temptress moon Dirección: Cheng Kaige

Guión: Shu Kei, según una historia de Ch. Kaige y Wang Anyi. Fotografía: Christopher Doyle. Música: Zhao Jiping. Producción: Tong Cunlin y Shu Peng. China, 1994. Intérpretes: Leslie Cheung, Gong Li, Kevin Li, He Saifei, Zhang Shi, Ling Lianquin. Estreno en Madrid: Real Cinema

Sueños opiáceos

Pero eso, con ser cierto y estar en la base misma del proyecto, es sólo una parte del filme. Porque lo que termina teniendo más fuerza, interés y convicción es justamente la historia de amor, los encuentros y desencuentros entre los dos personajes principales (la hermosa Li y el efectivo Cheung), que sirve de coartada para montar todo el filme. Es cierto que la trama reposa en dos estructuras de probada eficacia: la saga familiar y el consecuente análisis de un microcosmos como reflejo de una realidad mucho más ambiciosa, por una parte, y el choque entre lo viejo y lo nuevo, entre la tradición de un poderoso clan dedicado a la agricultura y la modernidad que supone el mundo del delito organizado.Pero no lo es menos que lo que más parece interesar a Kaige es el cuidadoso ballet orquestado alrededor de esa historia amorosa condenada a muerte; no en vano, el primer plano del filme ya deja en evidencia que lo que veremos es algo así como un sueño opiáceo, y en el opio estará simbolizado el paso del ayer al presente; pero también la dependencia y la caída. Mafia y opio son el anverso y el reverso de la misma moneda, el drama, y ambos simbolizan con claridad dolorosa, el vicio que impedirá a los amantes alcanzar la plenitud de su relación.

El interés de Kaige por sus criaturas se revela más poderoso, a la postre, que la propia voluntad de discurso, el deseo de retratar dos países, la China de ayer y la de hoy, un poco lo que le ocurría al Zhang Yimou de Semilla de crisantemo o de La linterna roja: es cierto que los personajes se mueven en un contexto delimitado históricamente por una topografía de hechos y ambientes que los sitúa en el tiempo de manera extremadamente precisa. Pero su drama es anterior, está arraigado, como querría cualquier tragedia, en un fallo interior: el vicio narcótico, la amputada capacidad de amar después de sufrir una iniciación sexual y amorosa marcada por el in cesto; la desigualdad social entre ama y ex servidor.

Kaige muestra esta densa trama, recorrida por elementos simbólicos de todo orden -el río que lleva y trae, las puertas que cierran traumas dolorosos, la paciente ceremonia del opio; pero también las múltiples formas de la subordinación a la ley del clan, asfixiante en la China de ayer, tal vez también en la de hoy mismo- con firmeza y con una libertad de escritura admirable.

Espejos que reflejan sesgadas peripecias, una constante a lo largo del filme; personajes desenfocados que actúan como si de fantasmas se tratase -fantasmas del deseo: es en este terreno en el que se juega todo el filme-; un uso de la elipsis tan ajustado como, en ocasiones, misterioso dotan al filme de un poder visual casi hipnótico, al que las actuaciones de los principales intérpretes, siempre en el borde del cataclismo, ayudan a proporcionar una consistencia, un espesor y un aire trágico que hoy por hoy parecen sólo al alcance de cinematografías y directores que todavía no han perdido la capacidad de hacer que las imágenes cinematográficas hablen el viejo y respetable lenguaje que solían tener antes de convertirse en puro reflejo de la nada.

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