Hermoso capítulo de una larga historia
Me encontré con Ayala hace ya muchos años. Él era entonces un escritor tan conocido en otras tierras como olvidado en la suya, y yo una jovencilla recién emancipada. Me encontré con Ayala, he dicho, y no es del todo cierto. Me encontré con sus escritos, manjar prohibido y por ello doblemente sabroso. Me vendió un libro suyo el benemérito don Antonio, en su librería Libros de la calle Narváez, de Madrid.Don Antonio era republicano. Por celebrar lo innombrable abrió su negocio un 14 de abril y con la excusa del cumpleaños reunía a los amigos para brindar con champán. Se acercaban por allí los clientes fijos, los que llevaban anotado el título de un autor prohibido. Don Antonio tomaba nota y otro día el cliente recibía un paquetito con el botín clandestino. Una tarde, el paquetito lo recibí yo. Contenía un tesoro: la Obra narrativa completa de un tal Francisco Ayala, del que apenas había oído hablar.
Años después, Francisco Ayala se reía de buena gana cuando le conté mis aventuras. Ya éramos amigos y él había querido que fuera yo la autora del libro que preparaba Espasa-Calpe sobre su figura. No era fácil hacerlo. Ayala ya había escrito lo que quería contar de su vida. ¿Qué podría decirse después de su magnífico Recuerdos y olvidos publicado por Alianza? Pero al final fue aquel título el que me sugirió el mío: «¿Estarías dispuesto a contarme lo que olvidaste en tus memorias?», le pregunté. Aceptó y así nació nuestra obra en común, Ayala sin olvidos.
En el prólogo, que firmó él, se apoya en el Quijote para recordar a Ginés de Pasamonte, quien presume ante Sancho de haber escrito el libro de su vida. Sancho quiere saber si el tal libro está ya completo. «¿Cómo puede estar acabado, si aún no está acabada mi vida?», contesta el pícaro. Tampoco el libro de la vida de Ayala está completo. Hoy acaba de regalarnos otro hermoso capítulo.
Babelia
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