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Tribuna
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Mártires

El empecinamiento del Vaticano por ampliar el santoral a costa de las víctimas de la barbarie roja, que la hubo, durante la guerra civil española es uno de los más sórdidos y maniqueos empeños culturales de este fin de milenio. Quedará constancia de los santos causados por la intransigencia anticlerical entre 1936 y 1939, pero a ningún laico se le ocurre un santoral equivalente de todos los asesinados, paseados, torturados, perseguidos, ninguneados, sacramentados obligados por Dios y por España entre 1936 y el infinito franquista, hasta más allá de 1975. Asesinados, paseados, torturados, perseguidos, ninguneados, sacramentados por gentes bajo palio y a veces con el pecho convertido en custodia para la Sagrada Forma ingerida antes de ir a fusilar o torturar o hacer la vida imposible al librepensador más próximo. Los hubo que, de comunión diaria y de lectura diaria del catecismo o de Camino, se fueron al Consejo de Ministros a legitimar violaciones de derechos humanos y respaldar penas de muerte si se lo pedía su conciencia o, en su defecto, la correlación de fuerzas necesaria para avalar el franquismo hasta que fuera heredable.Eclesiásticos y variopintos jefes de secta católica respaldaron la limpieza étnica de 40 años de franquismo y sólo a la racionalidad de los laicos extramuros franquistas o vaticanistas se debe que no se haya creado un santoral de réplica destinado a la lucha por la hegemonía en leyendas áureas.

Sólo del censo de maestros de escuela asesinados en la España de Franco por sus ideas no correspondientes a la fe nacionalcatólica tendríamos la base de una lucrativa industria de beatificaciones. Pero no se debe construir una parodia sobre otra parodia de justicia interesada en perpetuar el uso de la energía espiritual del sufrimiento como valor de chalaneo histórico.

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