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Tribuna
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Los toros en el léxico y en la semántica

«Que no quiero verla, que no quiero ver la sangre de Almunia sobre la arena». Vázquez Montalbán, en EL PAÍS, 9 de marzo de 1998, juega a la metáfora política con los versos de Lorca por la muerte de Sánchez Mejías. El 27 de febrero de este año, en entrevista en La Vanguardia, Jorge Semprún habla de sus heterónimos empleados en su obra literaria y dice que «eran engaños que agitaba ante el negro toro de mi propia muerte». El ensayista José Antonio Marina, en Abc, del 13 de marzo pasado, dice que «un problema es un obstáculo intelectual..., un acontecimiento académico, una especie de torero de salón». En un editorial de EL PAÍS, del 24 de febrero último, a propósito de la amenaza de guerra americano-iraquí, se podía leer de Sadam que «no sólo ha toreado a la mayor potencia de la Tierra durante meses, sino que logra algunas ventajas.... Antonio Elorza, en la sección de Opinión de este mismo diario, el pasado 24 de marzo, hablaba del desaparecido Ernst Jünger para decir que rehacía y cortaba sus escritos «a toro pasado». Miguel Ángel Aguilar, en este mismo periódico, hace tres meses, tituló Anson, eres el más grande, con claras resonancias al pasadoble que inmortalizó la figura de Marcial Lalanda. Con las primarias socialistas como motivo, Javier Pérez Royo, en EL PAÍS del 10 de abril, ligaba comparaciones políticas con las taurinas para entrecomillar una frase de El Viti: «Las faenas hay que acabarlas como se empiezan». El mismo escenario de esas elecciones sirvió a Albert Boadella para censurar a Felipe González: «Los grandes divos no renuncian fácilmente al pasado glorioso; como los toreros, nunca encuentran un buen momento para el retiro y siempre se les escapa el instinto de ensalzar artistas discretos...».Y tantas y tantas menciones, manifiestas o veladas, al mundo de los toros. Cualquier escrito en España, de contenido dispar, político, cultural, divulgativo de interés humano, económico, laboral, tiene su recordatorio, su trasunto, en la faz taurina. El editor del libro Toro, de Lunwerg, confesaba en la presentación de la obra el exquisito cuidado empleado en el encargo de la traducción al francés. La misma riqueza léxica y semántica que tendrá que converger necesariamente en la cita con Internet, donde, es el temor de Juan Luis Cebrián, en su libro La red, hay un magnífico escenario universal donde el idioma inglés ejerce hegemonía. Los giros, las piruetas, los modismos taurinos, tienen que tener acomodo en las interpretaciones de los textos. La civilización avanza con ritmo bárbaro y los toros, en esta dimensión propagandística, no se pueden quedar atrás. Entretanto, las distintas literaturas están penetradas de incursiones taurinas. Léase a Javier Pradera, gran aficionado, el 25 de enero del presente año, en este periódico: «Los nacionalistas catalanes y canarios salieron de los cuernos del dilema con el argumento de que el asunto no corría tanta prisa como para interrumpir las vacaciones del Congreso». O a José María Brunet, corresponsal en Madrid de La Vanguardia, el pasado 4 de febrero: «El fiscal general, Jesús Cardenal, comparece mañana en el Congreso para contar que él es un demócrata de toda la vida y previamente se ha adornado de una serie de gestos muy taurinos...». O el título de una tercera de Abc, del académico Francisco Nieva, 'Unas vidas fuera de cacho' , sobre el libro de Luis Antonio de Villena Biografía del fracaso. Las tensiones taurófilas a que sometían sus textos Ortega y Gasset, Marañón, entre los pensadores, y prácticamente toda la generación del 27, en la poesía, tienen su continuidad en los tiempos que corren en el periodismo, manantial inagotable de citas e intencionalidades para mayor gloria de este espectáculo señero.

Antonio Campuzano es escritor.

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