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El Area de Libre Comercio en América queda en manos sólo del presidente Cliton

Concluida la Segunda Cumbre de las Américas, empieza ahora el verdadero trabajo para hacer realidad la gran promesa del continente: una gran Área de Libre Comercio de toda América (ALCA) a partir del 2005. Según acordaron en Santiago los presidentes y jefes de Estado de 34 naciones, las negociaciones se llevarán a cabo en tres fases: en Miami, hasta el 2001; en Ciudad de Panamá, hasta el 2003; y en Ciudad de México, hasta el 2004. Pero todo depende de Bill Clinton, el presidente norteamericano.

Las promesas han estado acompañadas de vacíos. El más importante, la imposibilidad de Bill Clinton de obtener la luz verde de su Congreso para negociar por la vía rápida (fast track) con el resto del continente. Clinton ha empeñado su palabra en doblegar la resistencia de los congresistas, pero si la situación no se resuelve antes de un año, el proceso del ALCA puede descarrilar, advierte Jorge Campbell, secretario de Relaciones Económicas Internacionales de Argentina. Del dicho -un ambicioso plan de acción con numerosos buenos propósitos- hay un hecho: los 45.000 millones de dólares (casi siete billones de pesetas) que se invertirán en los próximos tres años en programas multilaterales y bilaterales, especialmente en cuatro áreas: educación, democracia y derechos humanos, integración económica y erradicación de la pobreza y discriminación. El incumplimiento de la mayoría de las iniciativas del plan de acción aprobado en la última cumbre de Miami, en 1994, no permite albergar grandes esperanzas. Una encuesta independiente realizada por el Consejo de Liderazgo para las Cumbres de las Américas, que vigila el trabajo de dichos foros y agrupa a destacadas personalidades de EE UU y América Latina, señala que sólo en sanidad se ha alcanzado en los últimos cuatro años un "muy buen" progreso. La calificación es "buena" en la liberación del mercado de capitales y la sociedad civil. El resultado no pasa de "modesto" en el resto de áreas investigadas: democracia/derechos humanos, corrupción, narcotráfico y lavado de dinero, comercio, educación y desarrollo sostenible. El Gobierno del país anfitrión, Chile, es el que ha exhibido una mayor euforia sobre lo que ha calificado como el inicio de a nueva era en las relaciones entre EE UU y América Latina, en pie de mayor igualdad. Puede que el optimismo sea prematuro, pero en Santiago varios presientes han dado signos de que la voluntad del gran vecino del norte no es ley. Países como Canadá, Brasil, Perú, Chile, México, Barbados y otros de Centroamérica y Caribe han dejado claro que no tendrían mayor incoveniente en respaldar la presencia de Cuba, el único Estado ausente, en la próxima cumbre americana. El Gobierno de Eduardo Frei se dispone a Firmar en los próximos días un acuerdo comercial parcial con el de Fidel Castro, según informaron fuentes de la cancillería chilena.

El método de certificación que otorga EE UU a sus aliados en la lucha contra el tráfico de drogas ha sido fustigado por los latinoamericanos. La declaración final hace hincapié en una nueva perspectiva multilateral en el combate contra los narcóticos, pero el asesor de ClInton para asuntos de América Latina, Thomas McLarty, ha reiterado que Washington no renuncia al arma de la certificación, a pesar de los escasos éxitos que ha logrado hasta ahora.

En la calle, mientras tanto, los chilenos volvían a la normalidad después de albergar la atención del continente durante cuatro días. "A los chilenos les importa poco la integración con el resto de países latinoamericanos. Miran a Estados Unidos o a México'', dice una periodista de un periódico de Santiago. Por ello, se han volcado en agradar a Bill Clinton, que ha dedicado una visita de cuatro días, como ninguno de sus antecesores había hecho nunca. El líder estadounidense ha dedicado todo tipo de piropos a Chile -"es una estrella brillante en la constelación de las Américas"- y sus habitantes han recuperado en buena parte la autoestima.

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