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Tribuna:OCTAVIO PAZ, EL GRAN POETA DEL PENSAMIENTO
Tribuna
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El enamorado de este mundo

La poesía y la política fueron las grandes pasiones que recorrieron la vida y la obra de Octavio Paz

José Andrés Rojo

El Premio Nobel es el gran cañón del circo literario que envía cada año a un autor a habitar, y ya para siempre, en la estratosfera, ahí arriba, lejos del mundo. Por eso, quizá, sea necesario acordarse ahora del Octavio Paz que dibujó en uno de sus poemas una mano para escribir cada una de las letras de la palabra amor -love- en esos dedos garabateados de forma primitiva. Trataba la pieza de una pareja adolescente en el Metro de Londres. El chico era rubio y llevaba una gorra gris; la chica era "pequeña, pecosa, pelirroja". Y "Sobre el abrigo de ella color fresal Resplandeció la mano del muchacho/ Las cuatro letras de la palabra amor / En cada dedo ardiendo como astros ( ... )". Venían después los trazos del dibujo, y más versos. Una imagen, unas cuantas palabras y acaso el tema que con más frecuencia invadió la obra del mexicano, las vueltas y vueltas del amor, sus cimas, sus bosques y sus precipicios. Casi un siglo entero amarrado al bolígrafo para expresar el ruido de la historia y de los acontecimientos políticos, para ahondar en las grandes obras de la literatura, para penetrar en los misterios de la ciencia y de las culturas más extrañas o para desentrañar las piezas artísticas de las procedencias más diversas, y el caso es que, cuando se puso a recordar, a Octavio Paz (México, 1914) lo asaltaron, como a todos los mortales, unas cuantas imágenes de su infancia. Lo contó en 1992 en un breve texto titulado La espiral. Se refería a tres momentos que le marcaron "para siempre", y hablaba de una lejana vez -tendría tres, cuatro años- en que lloró desconsoladamente; de las burlas de sus compañeros estadounídenses, que se reían de él porque se refirió a la spoon llamándola "cuchara", cuando su familia se trasladó a Los Angeles, y ya de regreso a casa, del cachondeo de los mexicanos porque lo consideraban "un gringo, un franchute o un gachupín, les daba lo mismo". "A veces pensaba que era culpable -con frecuencia somos cómplices de nuestros persecutores- y me decía: sí, yo no soy de aquí ni de allá. Entonces ¿de dónde soy?", se preguntó en aquellas páginas.

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El drama de la guerra civil

Octavio Paz nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Su madre era española. Su familia paterna, liberal e indigenista: "Antiespañola por partida doble". Su padre participó activamente en política -se ha ido "a la Revolución", le decían de niño cuando andaba en sus líos- y el padre de su padre escribió novelas históricas. Por los vaivenes de los asuntos públicos, le tocó salir pronto hacia Estados Unidos. Desde muy pronto, pues, el trato íntimo con los vecinos del Norte y con las cosas del pasado fueron cosas habituales en Octavio Paz. Creció en un ambiente culturalmente sofisticado. "Yo no encontraba oposición entre la poesía y la revolución: las dos eran facetas del mismo movimiento, dos alas de la misma pasión'', escribió en Itinerario (1993), uno de sus textos autobiográficos. El gachupín, por entonces, ya había perfilado las inquietudes que habrían de acompañarlo siempre. En 1936, Paz abandonó la casa paterna y los estudios universitarios. Un año después, en el lejano Yucatán, empezó a dar clases en una escuela de educación secundaria. Durante sus primeras vacaciones como profesor, un telegrama consiguió que su mundo diera tremendas sacudidas: lo invitaban a Valencia, al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas (más adelante, en 1987, fue él quien presidió su segunda edición). Le tocó padecer el drama de la guerra civil -"los días exaltados que pasé en España"-, donde fracasó al intentar alistarse en el Ejército como comisario político. Su adhesión ferviente a la causa republicana se combinó con un fondo de "reserva invencible". Ricardo Muñoz Suay recordaba, en palabras de Paz, que la Alianza de Intelectuales de Valencia le había recomendado que lo vigilase y tuviese cuidado con él, "pues tenía inclinaciones trotskistas".

El viajero incansable

El poeta que amaba la revolución, el revolucionario que escribía versos como una ametralladora, pronto atisbó los claroscuros de uno de los grandes conflictos de este siglo, que él mismo sintetizaría en una pregunta esencial: "¿Cuál era la verdadera naturaleza de la Unión Soviética?" Pero ese interrogante vendría más tarde. De España volvió a México. Entre 1943 y 1945 estuvo en Estados Unidos: San Francisco, Nueva York, Vermont y Washington. París fue la siguiente estación, donde vivió los años posteriores al final de la 11 Guerra Mundial destinado por el servicio diplomático mexicano. Viajó por India y Japón en 1952 y, un año después y tras 10 de ausencia, regresó a México. En 1962 se trasladó como embajador a India, donde residió seis años, y conoció Ceilán, Afganistán, Nepal y el sureste asiático. La matanza de estudiantes en Tlatelolco, la plaza de las Tres Culturas, en 1968, de la que responsabilizó al Gobierno de Díaz Ordaz, lo obligó a renunciar a su cargo y, entre ese año y 1971, se dedicó a dar cursos en distintas universidades europeas y norteamericanas. Luego regreso a casa, donde fundaría las revistas Plural (1971) y Vuelta (1976), esos artefactos a través de los que los intelectuales viajan desde su gabinete al bullicio de la calle. El mexicano, que decía a los seis años "cuchara" cuando tenía que decir spoon, no había de Jado de trasladar sus huesos de un continente a otro. "Estoy atado al tiempo / Prendido prendado / Estoy enamorado de este mundo", escribió en uno de sus poemas. El tiempo siguió caminando, y Octavio Paz lo persiguió incansable con su escritura. Los años le quitaron el entusiasmo por la revolución y las barbaries de los distintos comunismos lo hicieron cada vez más crítico. Cuando la revuelta de Chiapas en enero de 1994, sus artículos revelaron, mucha cautela con las propuestas de los zapatistas y eso levantó ampollas. Casado con la escritora Elena Garro en 1937, con la que tuvo su única hija, se divorció 30 años después, y en 1969 se unió a la escultora francesa Marie Jo Trianin, que lo ha acompañado hasta el último momento. En 1990 obtuvo el Nobel de Literatura. Un os años antes, en 1981, había sido galardonado con el Cervantes, uno más de los múltiples premios que recibió este escritor que, en un poema, sintetizó con estas palabras la ocupación a la que dedicó toda su vida: "Escribo sin conocer el desenlace/ De lo que escribo 1 Busco entre líneas / Mi imagen es la lámpara / Encendida / En mitad de la noche".

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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