Los latinoamericanos temen que su crisis sea eterna
Una macroencuesta con 17.000 entrevistas advierte a los jefes de Estado de la desesperanza en la región
Los latinoamericanos tienen la sensación de que no salen adelante. Crisis, devaluaciones, efectos tequila: el continente entero continúa sin creer en el milagro del progreso, y sin palpar la abundancia prometida tras la decepción que supuso la década perdida de los ochenta. Con toda seguridad, el mensaje llegará a los jefes de Estado que acuden a la Segunda Cumbre de las Américas en Santiago: encima de sus mesas han encontrado un serio aviso, una gigantesca encuesta de la Corporación Latinobarómetro en 17 países de la región, cuyos resultados dejan meridianamente claro un punto: las cosas, para los ciudadanos, no van bien. Sólo un 23% de los habitantes de Suramérica y México creen que su país está progresando. El resto (77%) piensa que su nación está estancada o en decadencia. En el mapa del optimismo, América Latina es una inmensa mancha negra. El trabajo de Latinobarómetro, una corporación sin ánimo de lucro con sede en Santiago que arrancó con ayuda de la Unión Europea, permite, por primera vez, disponer de una completa radiografía sociológica del continente americano. Más de 17.500 entrevistas en 17 países (aunque falta, entre otros, Cuba), permiten tomar el pulso a la región con precisión, porque ya es el tercer año que se realiza tamaño esfuerzo.
Los resultados reflejan con nitidez las turbulencias vividas en cada país a lo largo del año pasado (las entrevistas se celebraron en noviembre y diciembre de 1997). Ecuador, por ejemplo, que sufrió una desgarradora crisis de legitimidad cuando Abdalá Bucaram fue destituido por "incapacidad mental" y el país contó durante varios días con tres presidentes a la vez, es el que más lo acusa. Tan sólo un 8% de sus ciudadanos cree que el país progresa, cuando un año antes pensaba así el 27%. Una caída notable.
La estabifidad democrática
De cualquier manera, los latinoamericanos, una mayoría de los cuales bracea contra la pobreza desde hace siglos sin lograr sacudírsela, nunca se han mostrado especialmente optimistas, ni parece que tengan razones para ello. En Santiago, estos días se hablará mucho del futuro. Pero desde el río Grande hasta la Tierra del Fuego, a los ciudadanos del continente el futuro les parece preocupante. Las cifras son elocuentes. Incluso cuando las cosas mejoran, el pesimismo lo impregna casi todo. En México, por ejemplo, tras dos años de pavorosa recesión después del estallido financiero de 1994, el porcentaje de los que confían en que el país avanza aumentó ligeramente en 1997: es un buen signo. Pero aún así, no pasa de un escuálido 17% (probablemente el 17% al que sí le va bien). El resto, es decir, la inmensa mayoría de la población, piensa que el país trota cuesta abajo o está estancado, en el mejor de los casos.
El panorama es preocupante, según los expertos. ¿Son las insti tuciones latinoamericanas suficientemente estables para sostener la losa de este desencanto cada vez más acentuado? Los datos no hacen más que alimentar la duda.
En este sentido, uno de los indicadores más interesantes para calibrar. la actitud de los ciudadanos para con las instituciones y la democracia es el que mide la denominada confianza interpersonal, que se elabora con la siguiente pregunta: "¿Diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o que nunca se es lo suficientemente cuidadoso?". Pues bien, un 78% de los latinoamericanos desconfía del prójimo. "No es de extrañar por tanto", concluye el informe de Latinobarometró, "que [en América Latina] se desconfíe de las instituciones".
En primera línea de fuego está la democracia. Faltas de consolidación la mayoría de ellas, especialmente en aquellos países don de las dictadura! militares dejaron más impronta (Argentina, Chile, Paraguay, Brasil), las democracias latinoamericanas todavía cuentan con el apoyo mayoritario de sus ciudadanos, con un respaldo medio del 63% en Suramérica y México, y del 66% en Centroamérica. Una lectura atenta de las encuestas, sin embargo, depara signos ominosos Primero y más preocupante, el repunte del autoritarismo. Quizá no tanto en los hechos Pero sí en las actitudes de los ciudadanos, que a la larga pueden acabar confiriendo alas a los partidarios de la mano dura. Paraguay, que en estos días se debatía entre Lino Oviedo, un ex jefe del Ejército, golpista para más señas, y la cúpula del Partido Colorado, aferrada al poder con el firme respaldo de los militares, es un ejemplo: en un año, el apoyo a la solución autoritaria ha pasado del 26% de la población a un preocupante 42%.
El fenómeno no se circunscribe sólo a países con una tradición de autoritarismo explícito, como Paraguay, sino que despunta también en otros donde se da un respeto formal a los usos democráticos. El más preocupante es México. En sólo 12 meses, los partidarios del autoritarismo ganaron ocho puntos y ya constituyen el 31% de la población: otro aviso para la transición democrática en este país, que vivirá su momento culminante en el 2000, cuando la oposición logre, por primera vez en 70 años, disputar en condiciones la presidencia de la República al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Insatisfacción
Más aún. Los ciudadanos latinoamericanos, que apoyan mayoritariamente la democracia como sistema, avisa de algo grave: no están satisfechos con su funcionamiento. Un 65% de los habitantes de la región se muestran "poco o nada satisfechos con el desempeño" de la democracia. Curiosamente, los únicos países con niveles satisfactorios de funcionamiento de la democracia (superiores al 60%) son Costa Rica y Uruguay, ambos con destacadas tradiciones de participación ciudadana. Uruguay, además, ha desarrollado históricamente un peculiar sistema de reparto del poder que le ha convertido en un remanso más democrático que el resto del continente.
El aumento del autoritarismo va ligado a otro fenómeno: los ciudadanos perciben que sus gobiernos cada vez mandan menos. En 1996, un 60% de los encuestados en toda América Latina opinaba que el Gobierno era la institución que disponía de más poder en su país. El año pasado, sólo un 48% opina así, una espectacular caída de 12 puntos. Multinacionales y grandes empresas, otro gran poder en el continente desde siempre, son las que más mandan según el 44% de los encuestados, de nuevo un des censo de cinco puntos. La pregunta es obvia. ¿Quién ha aumentado su poder en un año a costa de gobiernos y grandes empresas? Los militares.
Aunque no se proporcionan datos desglosados por países, la media de Suramérica y México muestra un aumento de cinco puntos de los militares como fuente de poder: del 30% al 35%. Lo contrario sucede en Centroamérica, donde la ciudadanía percibe la pérdida de influencia de las Fuerzas Armadas (del 28% al 18%), como consecuencia de la progresiva normalización democrática de la región tras las devastadoras experiencias de guerra en la década pasada.
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