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El bosque de la vida

La animalística no es ajena al desarrollo de la ópera-ballet en Francia. Este montaje, en tal sentido, es muy francés. Desde los tiempos del Ballet de Corte de Catalina de Médicis en el Louvre, las fábulas y las caracterizaciones animalísticas facilitaron la asociación con aquellos tremendos bestiarios llenos de símbolos oscuros. En ballet esta tendencia siguió su curso hasta el mismo Petipa, y la astucia del zorro aparece en el divertissement del tercer acto de La bella durmiente. Ya en el siglo XX, la denostada a la vez que admirada zorra aparece en Elgallo de oro, de Los Ballets de Diaghilev, entre otros.Jean-Claude Gallotta, siempre expresivo y organicista en sus códigos de movimiento, hace aquí un giro de muchos grados hacia el baile más entonado en el vocabulario académico, sin agredirlo, dándole amplia cuerda dentro de su reconocible estilo, en el que no falta en salto in situ, y una cierta desarticulación, que, para decirlo en el lenguaje de hoy, debemos llamar sin dudas, deconstrucción. La profunda y esencial modernidad de la música le permite atar cabos y crear movimientos que van de lo coral a lo individual. Si en la soberbia escenografía y las excelentes caracterizaciones de vestuario y maquillaje es fácil encontrar las referencias a Van Gogh y al Aduanero Rousseau, en la música hay una renovación que oculta referencias directas. La coreografía usa de este fenómeno, y es así que el demicaractere animalista huye del naturalismo para hacerse gesto puro, esquema sin infantilizar. Los bailarines de Le Cargo, la compañía original de Grenoble con la que trabaja desde hace años Gallotta, conocen este género de frecuencias y de estímulos sobre los que el creador arma su particular sinfonía bucólica.

Ya convertir la obertura en un ballet, es un gesto de dirección atrevido y elocuente a la vez. En el siglo XVIII se hacía (se le atribuye al duo Gluck Angiolini en Viena tal hallazgo precisamente en tanta ópera-ballet que elaboraron al alimón); también viene de antaño -sobre todo de Lullyesa movilidad de escenas cortas que roza la locura. Todo se mueve, casas, árboles, cielo, tierra... y bailarines y cantantes a la vez. La dinámica que imprime a la escena tal tramoya y cinetismo es en fin una forma de danza, de hacer danzar al conjunto, al universo que se quiere representar. El baile afianza el dibujo coral y lo realza.

En particular, hay escenas brillantes como movimiento escénico (el final de segundo acto, el amor sobre la gran cama roja, la entrada de la gran familia de la zorrita); sobre ellas sobrevuela la abeja, repta la caracola discreta y silenciosa. Gallotta ha tratado con tal ternura a esos bichos maravillosos que las primeras lágrimas surgen con la muerte de la zorrita, para después reir ante el nieto del sapo y finalmente asombrarse del vacío amanecer con el guardabosques.

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