La nueva Oficina de Ciencia y Tecnología
Es buena noticia la creación de una Oficina de Ciencia y Tecnología en Presidencia del Gobierno. Parece que el equipo de Presidencia (o quienquiera que haya decidido dar este paso) hubiera comprendido y asumido que la política de ciencia y tecnología no puede por más tiempo ser sólo la agregación arbitraria de lo que definen sectorial e independientemente los ministerios, incluido el de Educación.El funcionamiento de la Comisión Interministerial (una buena idea en su momento y aun hoy) nunca garantizó la necesaria complementariedad positiva de las iniciativas ni promovió la horizontalidad departamental del Plan Nacional. Que pasara (ya en esta legislatura) a presidirla el presidente del Gobierno no podía cambiar sustancialmente la situación porque, al fin y al cabo, el nivel operativo de ejecución se mantuvo en una dirección general orgánica y funcionalmente dependiente de Educación. Ni mejoró, que se sepa, la comunicación entre departamentos ni mejoró tampoco la eficacia de la gestión.
Sólo la actitud animosa de una parte del equipo ministerial permitió mejorar la comunicación con las comunidades autónomas y éxitos en el frente europeo. Las tensiones competenciales de otros departamentos (amén de inexplicables, muchas veces retóricas) no aflojaron.
La creación de esta oficina se toma, incluso por los muy escépticos, como un signo de que las cosas podrían cambiar. Desde luego, desconocemos aún cuáles serán su cometido y competencias reales. Sea como gabinete consultivo de estudios o como oficina ejecutiva de planificación y coordinación, habrá de hacer su misión contando, más que ocasionalmente, con los agentes del sistema: ministerios, comunidades autónomas, universidades, OPIS e industrias. Es opinión mayoritaria que el talante de su recién nombrado director parece garantizar ese factor de la fórmula, en lo que de él pudiera depender.
El sistema no requiere una revolución ni de competencias ni de atribuciones; sólo un poco de racionalidad, que es probablemente el segundo factor de la fórmula (el primero, recuerdo, es el consenso con los agentes), con el que deben comprometerse todos los ministerios y que debe exigirles Aznar.
Supongo que la Comisión Interministerial puede ser aún un buen instrumento para ello. La coordinación racional del sistema puede ser la otra misión básica de la oficina. Coordinar el sistema de ciencia y tecnología no es otra cosa que procurar que las diferentes perspectivas y criterios se pongan al servicio de un proyecto compartido. Determínese, oyendo a todos los que tengan algo que decir, cuál es ese proyecto, qué plazos tiene y qué esfuerzos requiere.
Los sucesivos planes nacionales han servido (y el que lo niegue es ignorante o sectario) para articular modestamente nuestro desvertebrado sistema de ciencia y tecnología. Lo que otros países habían construido en muchas décadas, nosotros hemos tenido que organizarlo en sólo una. La gestión del plan, hasta ahora competencia de la Dirección General de Investigación y Desarrollo, ha pasado a ser competencia de la antigua Dirección General de Enseñanza Superior, que puede o no querer darle otro aire. Será su responsabilidad y todo gestor merece un margen de confianza.
Debe el nuevo gestor escuchar a los excelentes profesionales que llevan hoy la administración del plan (cosa que, con certeza, hará) y procurar una coordinación efectiva con el resto de departamentos ministeriales y con la Oficina de Ciencia y Tecnología.
En ésta, a Fernando Aldana y a su equipo no podemos, los que estamos en esto, más que desearles buena suerte y mucho apoyo: por el futuro científico y tecnológico de este país, del que depende (lo sabe todo el mundo), más que de ninguna otra cosa, el saludable futuro económico y cultural de las generaciones que vienen. Nos corresponde ilusionarnos con esta nueva oportunidad de seguir saliendo de la mediocridad.
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